Interesante esto de Manuel Hidalgo:
Del cohete a la tierra. ¿Por qué no se percibe el optimismo económico en la calle?
A pesar del crecimiento económico el sentir en la calle es algo menos optimista
La economía española se encamina hacia un nuevo año de crecimiento económico superior al estimado en su inicio. Los datos e indicadores coyunturales que vamos conociendo nos informan, una vez más, de que el crecimiento no solo será superior al esperado, mostrando nuestra economía una importante capacidad de resiliencia en un contexto complejo sino que, además, lo hará con una dinámica muy superior a la de nuestros vecinos europeos, a excepción de pequeñas economías cuyas evoluciones están sometidas a dinámicas diferentes.
Y es que no pocas macromagnitudes, no solo el PIB, revelan una dinámica muy positiva. Por ejemplo, la renta per cápita logró recuperar los niveles previos a la COVID-19 en el primer trimestre de este año. Los datos de empleo encadenan récords, tanto en afiliación como en desempleo, las exportaciones crecen de forma intensa y en particular la de los servicios. Con estas cifras, no es de extrañar que el presidente Sánchez haya sacado pecho para afirmar que nuestra economía va “como un cohete”. Del mismo modo, diferentes responsables regionales han hecho lo propio para sus respectivos ámbitos de gestión. Todos parecen contentos.
¿Todos? No iría tan lejos. A pesar del crecimiento económico y de la evolución de las macromagnitudes económicas comentadas, el sentir “popular” es algo menos optimista. Aunque los niveles de confianza son positivos, no parece que la sensación entre las familias españolas, al menos una buena parte de éstas sea que la economía vaya como un cohete. La inflación y otros factores relevantes han hecho mella en ellas y, aunque las cosas van a mejor, la sensación general es que las economías familiares no parecen recuperarse del todo como sí lo parecen mostrar los grandes agregados. ¿Por qué este aparente puzzle? ¿Tiene sentido esta aparente paradoja?
En primer lugar, podemos decir que buena parte del crecimiento económico de estos últimos años ha venido por lo que llamaríamos un crecimiento extensivo, y no intensivo. Esto es, hemos sumado más factores de producción, pero no necesariamente hemos mejorado en la eficiencia de su uso. Así, un factor relevante de este proceso es el fuerte aumento de la inmigración, especialmente proveniente de Latinoamérica, lo que ha puesto a disposición de nuestra economía más personas que buscan participar en nuestro mercado de trabajo. Así, población activa y ocupación han crecido, lo que explicaría que haya más gente trabajando y, en general, ganando un sueldo.
Sin embargo, el aumento de la población, en cerca de 1,5 millones de habitantes, implica fuertes efectos composición. Para empezar, su incorporación ha sido en buena parte en segmentos retributivos de salarios medios-bajos, lo que implica que esta creación de empleo esté limitando el aumento de los salarios, al menos en términos agregados. No dejan de ser nuevas nóminas que van a las familias, pero estas se concentran en niveles retributivos no especialmente elevados. Esto podría explicar que el aumento de los salarios por persona u hora trabajada haya tenido mejoras más moderadas que en agregado.
Una de las consecuencias más relevantes es que, aunque los salarios medios hayan crecido, estos aún no han logrado restablecer el poder adquisitivo pre-pandemia, más aún si cabe tras el impacto de una inflación que erosionó profundamente el poder adquisitivo de estos. Esta recuperación parcial y no total se explicaría, además y como se ha apuntado en más de una ocasión en esta columna, a las consecuencias de aumentos en precios de bienes importados, lo que empobrece al país importador, teniendo su traslación al salario real, cuyo poder adquisitivo se ve afectado a la baja.
No obstante, dicha recuperación se ha producido parcialmente, al menos en términos nominales, lo que unido al aumento de la masa salarial por la mayor ocupación ha generado otros efectos complementarios, pero que aparentemente pueden ser difíciles de encajar, como es el aumento de la recaudación fiscal a ritmos muy superiores al de la economía o al de los propios salarios. El no ajuste de la tarifa del IRPF a la subida de los salarios nominales ha tenido su papel, sobre todo una vez los salarios iniciaron su reacción a la subida del coste de la vida. El resto se podría explicar por el aumento de la actividad y, sobre todo, por el incremento del valor nominal de lo producido, por la inflación.
Esta evolución del empleo y de los salarios explicaría que el consumo privado agregado hubiera aumentado, pero, sin embargo, y por las razones argumentadas, explicarían a su vez que los agregados en niveles per capita tampoco hubieran evolucionado de forma significativa. De hecho, el consumo per capita no ha logrado recuperarse tras la pandemia. Esto se debe nuevamente a un posible efecto composición, pero también a una nueva perspectiva de las familias españolas frente al ahorro, que se ha duplicado respecto a los niveles pre-pandemia (14,2% de la renta bruta disponible). Factores demográficos (edad), la subida de tipos o la precaución tras varios shocks económicos que han hecho tambalear la economía española y la de sus familias podrían estar detrás de este comportamiento.
En el punto más central de todo esto estaría, además, el hecho de que la economía mantiene un comportamiento en términos de eficiencia muy modesto. Nuevamente esto puede venir determinado por varios factores: elementos coyunturales, como el reajuste del empleo en sectores, o el aumento de este en aquellos sectores con menor productividad, como es el turismo. En todo caso, este escaso aumento de la productividad explicaría no solo algunas de las tendencias anteriores, sino también que la evolución de los salarios reales, una vez descontado el efecto composición, tras la pandemia haya sido muy moderada.
Este aumento de la actividad, pero menor en variables como el consumo per capita y el aumento del ahorro explicaría, finalmente, el aumento significativo de nuestro saldo exterior. Nuestra capacidad de ahorro, muy por encima del endeudamiento público, nos permite llevar a cabo una reducción de nuestra posición deudora neta exterior, siendo España hoy en día una economía con capacidad de financiación exterior, incluso tras el shock energético más intenso en varias décadas. No obstante, merece reflexión a parte el aumento de las exportaciones de servicios no turísticos, y que tira del empleo en sectores avanzados.
En definitiva, nuestra economía ofrece un ritmo de crecimiento envidiable para el resto de las economías principales de la zona euro. Debemos congratularnos. Sin embargo, la percepción “micro” no es tan positiva. Esto encajaría con un crecimiento en su mayor parte extensivo basado en creación de empleo en sectores con bajo valor añadido. Productividad, salarios reales, precios y consumo acompañarían a esta armadura tal y como se ha explicado.
Abrazos,
PD: Ten confianza en Dios. Nunca te rindas. Agradece lo que eres y tienes. Hazlo todo con y por amor.