Denso, pero es lo que tenemos…  Del Real Instituto Elcano:
Radiografía (y primera resonancia) de la economía mundial:  ¿estancamiento secular o shock tecnológico deflacionario?
En un contexto de  estancamiento secular, la política monetaria ha llegado a su límite. ¿Hay que  aplicar una dosis fiscal superagresiva o el paciente está mejor de lo que  pensamos?
Resumen
El año 2015 fue un año de  crecimiento decepcionante y el 2016 parece que va a ser peor. La crisis mundial  iniciada en EEUU en 2008 ha traído una Gran Recesión y una época de  estancamiento global, pese a la aplicación de una política monetaria  históricamente expansiva. Las presiones deflacionarias son muchas. La  recuperación en EEUU está siendo muy lenta, la Eurozona ha tenido que devaluar  el euro para evitar un infarto, China sufre ahora los efectos secundarios del shock de adrenalina que tuvo que inyectar en  2009, Rusia y Brasil se han contagiado del mal chino y Japón está prisionero en  el geriátrico con el único consuelo de que quizá pronto Europa le haga  compañía. Al ver esta radiografía, la tesis del estancamiento secular coge cada  vez más fuerza. Si se confirma, habrá que aplicar un estímulo fiscal  extraordinario apoyado sobre financiación monetaria. Pero después de realizar  una primera resonancia magnética –más al detalle aunque todavía exploratoria–  puede haber síntomas positivos provenientes de la nueva economía que todavía no  sabemos identificar.
Análisis
El año 2015 fue un año  duro para la economía mundial. El débil crecimiento en Europa, el estancamiento  de Japón, la desaceleración de China y el desplome de muchos emergentes, sobre  todo de Rusia y Brasil, hicieron que se registrase el crecimiento más bajo y el  menor volumen de comercio internacional desde la crisis financiera global. Con  la llegada de 2016 ya estamos en el octavo año desde el infarto de la recesión  de 2008-2009 y, pese a la aparente recuperación de los últimos años, la  economía mundial sigue en la unidad de vigilancia intensiva (UVI) y los  doctores (los economistas de más prestigio) no saben qué hacer para recuperar  al paciente. La radiografía a primera vista muestra signos preocupantes:  elevada deuda, peligro de deflación, guerra de divisas, contracción del  negocio, problemas de confianza, tensiones comerciales y aumento de los riegos  geopolíticos.
Pero empecemos por el  principio. Muy pronto después de empezar la crisis –cuando Lehman Brothers fue  a la quiebra y el crédito mundial se paralizó hasta el punto de que Alistair  Darling, el ministro de economía británico, llegó a decir que “estuvimos muy  cerca de ir a los cajeros y no encontrar dinero”–1 los  médicos se dieron cuenta que el infarto era solo el síntoma de una enfermedad  letal no vista desde los años 30 del siglo pasado. Al enfrentarse con una  dolencia tan rara y mortal, al igual que en la serie de House,  llamaron rápidamente a los especialistas de enfermedades poco comunes.
Fue en este momento que  surgieron dos figuras: Ben Bernanke y Gordon Brown. El primero, entonces  gobernador de la Reserva Federal (FED), es un experto en la Gran Depresión de  los años 30; y el segundo, ex primer ministro británico, fue quien se encargó  de hacer de Londres el centro financiero mundial a finales del siglo XX. Para  Brown el diagnóstico estaba claro: los bancos habían dado demasiado crédito y  se habían endeudado hasta el cuello. Solución: recapitalizar (es decir, nacionalizar)  la banca y aplicar un programa keynesiano a nivel planetario para evitar la  muerte del paciente. Un shock de adrenalina pura.
Los líderes de las potencias  que componen el G20, el nuevo consejo creado para salvar la economía mundial,  le hicieron caso y en 2009 casi todos los países, desde EEUU hasta Australia  (incluyendo España), aplicaron políticas de estímulo. Paradójicamente, los  países menos keynesianos fueron Brasil y Francia, cuyos programas no llegaron  al 2% del PIB, mientras que los más agresivos fueron Alemania, que llegó al 4%,  EEUU e Italia que superaron el 5% y, sobre todo, Corea del Sur y China que  aplicaron ultrapotentes dosis del 9% y 13% del PIB, respectivamente.2 En  esta fase las economías exportadoras fueron las que aplicaron un estímulo  mayor. Tenían más que perder.
Expansión  cuantitativa
La adrenalina funcionó.  La economía mundial se recuperó a finales del 2009 y 2010, pero Bernanke no las  tenía todas consigo. Como experto en la materia, sabía que un infarto de este  tipo suele traer una fase de deflación y depresión que hay que evitar. Es por  eso que desde el principio la FED, en coordinación con el Banco de Inglaterra,  bajó los tipos de interés hasta cero y empezó a aplicar una nueva medicina: la  expansión cuantitativa (quantitative  easing en inglés).  Como con muchos fármacos, el nombre es abstracto pero en realidad el método  consiste en imprimir dinero para estimular la inversión y el consumo. ¿Cómo se  consigue? En teoría, muy fácil, el banco central imprime billetes (o en este  caso crea dígitos) para comprar activos a los bancos (bonos del tesoro o  paquetes de hipotecas, por ejemplo) y estos usan la liquidez para prestarle de  nuevo a sus clientes y así estimular la actividad económica.
Esta medicina, inventada  en Japón a principios de los años 2000 para luchar contra la deflación sin  mucho éxito hasta el momento, se aplicó por primera vez en EEUU a finales de  2008 (QE1), justo después del infarto de Lehman, en una dosis de 600.000  millones de dólares (lo que equivaldría al 60% del PIB español). En 2010 la  economía mundial parecía recuperarse, pero el paciente cogió la “fiebre  griega”, recayó, y a finales de 2010 Bernanke aplicó otra dosis (QE2) de  600.000 millones de dólares. Los problemas en la zona euro y la lenta  recuperación de la economía estadounidense en los años 2011 y 2012 incluso  requirieron un QE3, primero en “pastillas” mensuales de 40.000 millones y después  de 85.000 millones de dólares. Si en nuestro símil, subir tipos es salir de la  UVI, esta posibilidad se veía muy lejana en la primera mitad de 2012. España  –demasiado grande para caer pero también para ser rescatada– estaba a punto de  ser operada y la cosa pintaba mal. Pero apareció otro especialista, Mario  Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, y milagrosamente, actuando más  con la psicología que con el bisturí, salvó el euro, la segunda moneda reserva  o, lo que es lo mismo, el segundo pulmón de la economía mundial.
Aun así, la dosis de QE  de la FED tuvo que aumentarse porque el dinero no llegaba a la economía real.  Los bancos recibían mucha liquidez, pero la usaban para reducir su deuda  (desapalancar) o para comprar activos tanto en la bolsa norteamericana o en las  bolsas y los mercados de renta fija de los países emergentes, que durante esta  fase estaban creciendo mucho, en parte por el crecimiento de China, que  aumentaba los precios de las materias primas (las commodities),  pero también por el efecto secundario positivo que traía toda esta nueva  liquidez proveniente de la FED. Durante esta época las monedas de los  emergentes se apreciaron enormemente, hasta el punto de que Guido Mantega,  ministro de Finanzas brasileño, llegó a decir que EEUU había empezado una  “Guerra de Divisas”. Es decir, el dinero no se quedaba en EEUU, se iba donde  había una rentabilidad mayor, produciendo nuevas burbujas. Para evitar esto, la  propia FED empezó a comprar deuda directamente del Tesoro norteamericano. Así  se evitaba la intermediación de los bancos. Al tener en la FED su comprador de  última instancia, el Tesoro norteamericano se permitió el lujo de gastar  durante cuatro años seguidos (2009-2012) la friolera de más un billón de  dólares por año. Incluso Keynes se hubiese asustado con estas cifras. La  balanza de activos de la FED pasó de 700.000 millones a casi 4.5 billones de  dólares de 2008 a 2014, y más de la mitad de esa suma es deuda pública.3
En Europa, en cambio,  después de la quiebra de Grecia en 2010 esta política monetaria y fiscal  ultraexpansiva se veía con mucha aprensión. Como dijo Jean-Claude Trichet, el  predecesor de Draghi en el BCE, “es hora de que todos nos apretemos el  cinturón”.4 En  el Viejo Continente, bajo el liderazgo de Alemania, imperaba la escuela  austriaca de Hayek, según la cual una crisis de deuda no se puede resolver con  más deuda. Además, todavía pesaban muchos las lecciones aprendidas en los años  70 cuando los bancos centrales nacionales ejercían de prestamistas de última  estancia para sus tesoros y la inflación se comía el poder de compra de los  ciudadanos. Es por algo que el Tratado de Maastricht le impide al BCE comprar  deuda de los tesoros de los países del euro. La creencia, tantas veces  articulada por Jens Weidmann, gobernador del banco central alemán, es que el  paciente se vuelve adicto a la droga y después es muy difícil sacársela.5 El  caso de Japón sería paradigmático en este sentido.
Estancamiento  secular
La droga por ahora  parece que ha funcionado. La política expansiva norteamericana ha generado unas  tasas de crecimiento mucho mayores que en Europa. Sin embargo, si se analizan  todas las recesiones desde la Segunda Guerra Mundial, ésta ha sido de las  recuperaciones más débiles. En los últimos cinco años EEUU ha crecido de media  algo más de un 2%, una cifra muy por debajo de las expectativas. El desempleo  ha bajado de un 10% a un 5%, pero la tasa de participación en el mercado  laboral está en un 63%, un nivel no visto desde los años 70. Esto ha llevado a  Larry Summers, el que fuera secretario del Tesoro con Clinton y asesor de  Obama, a desarrollar la tesis del “estancamiento secular”.6 Pese  a estar los tipos nominales (y reales) por los suelos y aplicar múltiples dosis  de QE, la economía no acaba de arrancar. ¿Por qué? Desde el punto de vista  teórico lo que habría ocurrido es que el tipo de interés de equilibrio en la  economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas no  serían suficientes para estimular la demanda. La implicación a largo plazo  sería que se habría entrado en una dinámica en la que el crecimiento sólo se  puede conseguir generando burbujas que, como posteriormente estallan, dejan a  la economía maltrecha.
Summers aporta cuatro  razones para explicar el estancamiento actual. La primera es la creciente  desigualdad (exacerbada con QE), que hace que el porcentaje de ahorro de la  economía sea mayor, ya que las clases altas gastan proporcionalmente mucho  menos que las bajas. La segunda es la percepción de que el crecimiento va a ser  menor por el envejecimiento de la población, la reducción del mercado laboral y  la baja productividad, y todo esto desincentiva la inversión. La tercera es un  marco regulatorio financiero más restrictivo, lo que lleva a una mayor  incertidumbre, y por lo tanto a menos riesgos en la inversión. Finalmente, la  cuarta tiene que ver con la aparición de nuevas tecnologías, la robotización y  la consecuente menor demanda de bienes de capital. Facebook simplemente  necesita menos maquinaria y menos trabajadores que General Motors.
Si este es el cuadro  médico, ¿cómo sacamos a la economía mundial de la UVI? Siempre se dice que si  se les hace una pregunta a tres economistas, se obtendrán cinco respuestas.  Algo parecido está pasando entre los grandes especialistas de la macroeconomía,  sobre todo porque la hipótesis de Summers no es falsable (en términos Popperianos),  y por lo tanto el debate no se puede cerrar mirando a los datos. Para Summers,  y sus defensores como Paul Krugman, la respuesta es clara. Los mercados están  pidiendo a gritos que los gobiernos gasten. Los tipos de interés de los bonos  del tesoro están en mínimos históricos (muchos de ellos en negativo) y, por lo  tanto, lo que se necesita ahora mismo es inversión pública que estimule a corto  plazo la actividad económica y que mejore a largo plazo los niveles de  productividad. Mariana Mazzucato comparte esta misma línea de pensamiento. En  su libro El Estado emprendedor7 demuestra  que históricamente ha sido siempre el Estado el que ha tomado el riesgo de  invertir en los sectores que han producido alta innovación y productividad. Sillicon  Valley no sería nada sin Internet y GPS, invenciones que salieron del sector  público.
Para que este estímulo  fiscal no aumente el endeudamiento del Estado, que ya está cerca del 100% del  PIB tanto en EEUU como en muchos países europeos, la solución sería financiar  este gasto a través del banco central. Este tipo de expansión cuantitativa para  el pueblo (People’s QE)  está teniendo cada vez más partidarios. El nuevo líder laborista británico  Jeremy Corbyn la ha incluido en su programa. A Yannis Varoufakis le parece una  gran idea. Incluso Olivier Blanchard, el que fuera hasta hace poco economista  jefe del FMI, la ve con buenos ojos.8 Este  tipo de QE del pueblo no sería muy diferente al QE centrado en la compra de  bonos del tesoro aplicado por la FED y el Banco de Inglaterra. Pero sí que  habría dos diferencias importantes. El gobierno y no el banco central decidiría  cuánta financiación monetaria se realiza y a qué se dedica, anulando así la  independencia del banco central. Y los bonos del tesoro en el balance del banco  central se eliminarían. O sea, esa deuda se esfumaría.
Los  límites de la política monetaria
Lógicamente, este tipo  de propuestas asustan a los liberales y conservadores. Hay dos temores  concretos. Uno, que la expansión cuantitativa para el pueblo difumine la  separación entre política monetaria y fiscal, es decir, que el banco central se  convierta en un títere del tesoro, y, dos, que eso al final lleve a una  inflación incontrolable. Economistas respetados como George Magnus, asesor de  UBS, y Claudio Borio, del Banco de Pagos Internacionales (BIS), avisan que si  al final es el gobierno quien imprime dinero para comprar infraestructura y  estimular la economía entraríamos en una dinámica peligrosa. Si el gobierno  invirtiese en un proyecto de infraestructura que no fuese rentable, no lo  abandonaría, simplemente seguiría imprimiendo dinero para seguir financiándolo  y mantener esos empleos que al final valen votos. La historia de la economía  mundial está repleta de gobiernos que usaron la maquinilla del dinero para  mantener a la población activa y contenta por un tiempo para después ver como a  largo plazo la inflación destrozaba su país. Para estos autores, si el gobierno  quiere estimular que lo haga, pero que deje que el banco central se ocupe de lo  suyo: la estabilidad de precios y los mercados.
Adair Turner, ex  presidente de la agencia para la regulación financiera del Reino Unido (FSA,  por sus siglas en inglés), comparte la preocupación de Magnus y Borio, pero  indica que la situación es tan grave y excepcional que en esta ocasión hay que  romper los tabúes de la profesión y tomar el riesgo de financiar monetariamente  la deuda pública. ¿Qué quiere decir esto? Que el banco central le daría crédito  o le compraría bonos al gobierno, y éste nunca le tendría que devolver esa  deuda. Eso sí, en la propuesta de Turner, el banco central mantendría su  independencia. Le indicaría al gobierno cuánto hay que estimular para generar  la demanda apropiada, y éste gastaría ese dinero en estímulos varios (bien en  gasto o reduciendo impuestos). Para Turner, la financiación monetaria del  déficit no es un problema técnico. Se puede hacer sin problemas, y no tiene por  qué acabar en hiperinflación. Al final es una cuestión política y de manejo de  las expectativas. En sí, la inflación siempre es un fenómeno que depende de las  percepciones. Si se convence a los agentes económicos que este mecanismo  especial es transitorio y cuenta con el marco regulatorio necesario para evitar  que los políticos lo manipulen, entonces no habrá problema.9
Sin embargo, hay que  recordar que la idea original del QE del pueblo viene de Mark Blyth, Erik  Lonergan y Simon Wren-Lewis,10 y  ellos también abogan por mantener la independencia del banco central. Institucionalmente  su propuesta es más conservadora que la de Corbyn, pero mucho más radical en su  contenido. La única solución para reavivar la economía y luchar contra el  espectro de la deflación es que el banco central transfiera dinero a todas las  cuentas bancarias para que la gente pueda gastar ese dinero. Esta operación no  sería muy distinta al QE usado hasta ahora. Solo que en vez de darle el dinero  a los bancos, iría directamente a sus clientes. El banco central decidiría en  todo momento de forma independiente cuánta cantidad ofrece. Según ellos, una  transferencia del 3% del PIB supondría un crecimiento de la economía del 1%, ya  que se estima que los hogares gastan un tercio de lo que ganan. Estas  transferencias serían más efectivas y menos costosas que el QE original, que  asciende hasta el 20% del PIB.
Que el banco central  regale dinero suena a fantasía, pero la situación de la economía mundial es tan  frágil que, como en la serie House, los doctores están dispuestos a probar cualquier  remedio, con el consecuente riesgo de matar al paciente. Durante mucho tiempo  en Frankfurt se decía que la expansión cuantitativa anglo-norteamericana era  una temeridad, y al final el BCE ha tenido que copiar la receta. Mario Draghi  está aplicando “pastillas” mensuales de 60.000 millones de euros para que la  zona euro no caiga en deflación. Pero la cosa no acaba aquí. Mientras en Europa  seguimos a regañadientes los pasos de los especialistas anglosajones, estos  están ingeniando nuevos experimentos. El economista jefe del Banco de  Inglaterra, Andy Haldane, es más atrevido incluso que Blyth. El banco central  podría transferir dinero a los ciudadanos, pero ¿qué pasa si estos se asustan  por estas medidas tan drásticas y en vez de gastar el dinero lo ahorran?  Hipotéticamente, la solución, según él, sería eliminar el dinero metálico y  aplicar tipos de interés negativos sobre las cuentas de ahorro. Solo así se  conseguiría que la gente gaste el dinero.11
Ésta sería una medida  extrema. La historia dice que el uso del dinero metálico (aunque sólo  represente un 3% de la masa monetaria) es un vínculo importante entre los  ciudadanos y el Estado. Si alguien realmente quiere infundir pánico entre la  población, ésta sería la manera de hacerlo. Por eso mismo es improbable que se  aplique, aunque en países con poblaciones pequeñas y muy cohesionadas como  Suecia y Dinamarca la posibilidad de eliminar el dinero metálico está cogiendo  cada vez más fuerza. Sobre todo con el objetivo de eliminar la economía informal.  Sea como fuere, que el economista jefe del Banco de Inglaterra lo proponga  demuestra que estamos llegando a los límites de lo que puede hacer la política  monetaria y ante un período de desconcierto generalizado que puede propiciar la  introducción de políticas que antaño se consideraban indefendibles. Tal es el  caso que Martin Wolf, editor económico del Financial Times, y uno  de los economistas más influyentes del mundo, cree que para evitar futuras  crisis crediticias devastadoras lo mejor es eliminar el sistema de reserva  fraccionaria, es decir, prohibir que los bancos comerciales emitan dinero para  que sólo lo pueda hacer el banco central.12 Una  propuesta ciertamente radical, que curiosamente Suiza, el país del dinero, va a  someter a referéndum.
Shock  tecnológico positivo
Contrarrestando las  tesis y soluciones de Summers y Turner, hay muchos economistas que piensan que  las autoridades deberían admitir públicamente que no tienen una receta mágica  para salvar a la economía. Además, acto seguido, deberían dejar de intervenir,  desregular y permitir que los precios se ajusten por sí solos. Si eso significa  otro período de recesión, deflación y desempleo, que así sea. A veces la única  manera de superar una adicción es a través de un doloroso período de  abstinencia. Este es el tratamiento preferido por la escuela austriaca y por  los economistas preocupados más por la oferta que la demanda como Martin  Feldstein y John Taylor.13 Para  ellos, los tipos de interés tan bajos y el sobreendeudamiento del Estado están  desincentivando la inversión por la incertidumbre que esto genera a corto plazo  (no es normal tener tipos tan bajos durante casi una década) y la muy posible  subida de impuestos para reducir la deuda pública que conlleva a largo plazo.  Desde este punto de vista, lo mejor sería volver a tener unos tipos de interés  normales. En parte, la FED está de acuerdo con esta interpretación. Es por eso  que ha subido los tipos, señalando así que EEUU ha salido por fin de la UVI.
Economistas mucho menos  conocidos, como Diane Coyle,14 apoyan  en parte esta hipótesis, pero desde una perspectiva muy diferente. Coyle  declara que con la llegada de Internet y las nuevas tecnologías es mucho más  difícil medir el PIB de los países y, por lo tanto, quizá, estemos creciendo  mucho más de lo que pensamos. La realidad es que nuestros estadísticos siguen  midiendo el PIB como a finales de la Segunda Guerra Mundial cuando la nueva  economía tiene una fisionomía muy diferente. Tal es así que en muchos casos la  recogida de información se hace muy complicada. Hay muchos trabajos nuevos como  programador de videojuegos o community manager, por  ejemplo, que todavía no tienen una casilla propia en el listado oficial de  profesiones. La cosa se complica todavía más a la hora de calcular el output (la producción) yproductividad  de estas profesiones. En el sector industrial es más fácil medir lo que se  puede producir en una hora. El resultado suele ser tangible. Desde una tuerca hasta  un coche. En el sector de los servicios, y sobre todo en las profesiones de la  economía nueva ligadas a Internet y las nuevas tecnologías, calcular la unidad  de producción es más complejo. Un abogado puede cobrar 100 euros la hora y una  diseñadora de páginas web 20 euros, pero todos sabemos que el  resultado de esa hora de trabajo puede variar mucho según el profesional que  contratemos.
Lo cierto es que si  sometemos la economía mundial a una resonancia magnética del siglo XXI y no  solo a una radiografía, propia del siglo XX, empezamos a descubrir que quizá  estemos ante un cuerpo mutante: la cuarta revolución industrial. Las nuevas  tecnologías están transformando la actividad económica. Pensemos en todos los  productos, materiales y documentos que antes se transportaban físicamente y  ahora se envían de manera digital. Estadísticamente, el comercio mundial está  decreciendo (y eso preocupa a muchos), pero es muy probable que el intercambio  de servicios intangibles esté aumentando y que en la mayoría de los casos no se  esté midiendo bien. Toda la información digital e inteligencia artificial que  se intercambia, por ejemplo, en una transnacional no pasa por aduanas y nadie  la registra, pero eso no quiere decir que no se esté produciendo. La reducción  del transporte físico, fenómeno que en parte podría explicar la caída en el  precio del petróleo, es una tendencia global que sólo va ir en aumento con la  comercialización masiva de las impresoras 3D.15 Hoy  muchos consumidores ya no realizan las compras físicamente. Desde comprar un  billete de avión, a unos zapatos a una batidora. Todo se hace vía Internet.  ¿Alguien ha calculado los beneficios en productividad y bienestar que esto trae  consigo? Por ahora no. Los precios pueden estar muy bajos porque falta demanda,  pero también puede ser que, en parte, hayan bajado porque la competencia  impulsada por Amazon y Alibaba produce una sobreoferta mayúscula.
La denominada economía  cooperativa moderna entre pares es criticada por los sectores tradicionalmente  dominantes. Los taxistas se oponen a Uber y los hostales y hoteles luchan  contra Airbnb. Dicen que les quitan clientela. Que el mercado es un juego de  suma cero, y que el cliente que usa esos servicios es un cliente perdido. Pero  quizá si no hubiese esos servicios no se produciría ese consumo. Hay familias  numerosas que nunca podrían permitirse un hotel en Marbella o París, pero sí  que están dispuestas a alquilar un apartamento por Airbnb, porque es más barato  y más cómodo, y si tienen suerte el anfitrión les enseña la ciudad gratis.  Estadísticamente, sin embargo, ese consumo en muchos casos no está registrado  ya que muchos ofertantes de Airbnb todavía no declaran sus beneficios. Al igual  que ha pasado con el consumo de la música, pasa un tiempo hasta que la nueva  competencia transforma el sector y las estadísticas capturan ese cambio. Al  principio plataformas de intercambio de música como BitTorrent eran alegales.  El consumo aumentó enormemente pero los beneficios del sector no paraban de  caer. Entonces la industria discográfica inició una campaña denunciando que  estas plataformas iban a acabar con el sector, pero al final se ha producido  todo lo contrario. Hoy Spotify ofrece legalmente (casi) toda la música del  mundo por 10 euros al mes. Nunca se ha escuchado tanta música por tan poco  dinero. Y lo mismo está pasando con Netflix y el audiovisual.
Aunque autores como  Robert J. Gordon lamentan que las innovaciones de nuestros días (nuestro móvil  y sus aplicaciones) no tienen el poder de transformación y el potencial de  productividad que tuvieron la electricidad, el teléfono, el gas, el sistema de  alcantarillado y el aire acondicionado entre 1870 y 1940,16 es  probable que mucha de la productividad, y del aumento del PIB y del bienestar  que proporcionan las nuevas tecnologías todavía no sean entendidos, y por lo  tanto medidos, adecuadamente. El poder consultar en cualquier sitio y a  cualquier hora cualquier duda a Google, poder comprar prácticamente cualquier  bien o servicio por Amazon, comunicarse con el otro lado del planeta vía  WhatsApp o Skype y aprovechar los tiempos muertos del autobús, tren o metro  para entretenerse o formarse –y todo eso a un precio accesible para los 2.600  millones de usuarios de smartphones (móviles inteligentes) que hay  hoy y los más de 6.000 millones que se esperan para 2020–17 está  transformando en gran medida la economía mundial. Por lo tanto, la tesis del  estancamiento secular tiene muchos factores estructurales que la respaldan,  entre otras cosas el envejecimiento, el endeudamiento excesivo, la caída en la  inversión y la desigualdad, pero quizá el consumo, la productividad y el  crecimiento mundial sean mayores de lo que nos dicen los números.
Conclusiones
No hay duda de que  estamos viviendo una era de gran incertidumbre. La crisis financiera iniciada  en EEUU en 2007 y 2008 ha traído una Gran Recesión y una época de estancamiento  global que preocupa a muchos. Las presiones deflacionarias son muchas. Por lo  tanto, el paciente está todavía convaleciente. Con esta radiografía en las  manos, la tesis del estancamiento secular se ve reforzada. Aun así, después de  realizar una primera resonancia magnética –más al detalle aunque todavía  exploratoria, eso sí– puede haber síntomas positivos que por ahora se están  obviando.
La bajada del precio del  petróleo es mala para algunos, pero buena para la gran mayoría. El  sobreendeudamiento es una losa, pero en épocas pasadas se ha reducido vía  crecimiento, inflación y reestructuración de la deuda. China y Japón tienen  sociedades jerarquizadas y clientelares que pueden absorber una  reestructuración de la deuda más fácilmente. EEUU, por su parte, tiene un marco  regulatorio que favorece la reestructuración rápida. No está escrito que Europa  no pueda hacer lo mismo. La desigualdad también se puede revertir. Que haya  llegado a la agenda del debate político tanto en EEUU como Europa ya es un  hecho positivo. Por el momento, más que una nueva dosis ultrapotente de  política fiscal, lo que se necesita es reestructurar la deuda (la FED y el BCE  tienen la posibilidad de hacerlo) y reducir la desigualdad mejorando la  educación y fomentando la meritocracia y la competencia. La política fiscal  debe mantenerse estable. No es cuestión de gastar más o menos. Se trata de  gastar lo mismo, pero de manera más eficiente y mejor repartido.
Finalmente, la  desmaterialización de la economía con la llegada de Internet y las nuevas  tecnologías puede hacer que estemos ante un shock tecnológico deflacionario que ahora  mismo nos preocupe en exceso porque todavía no podemos medirlo adecuadamente  pero que en sí está generando unos niveles de productividad y bienestar que a  la larga van a traer beneficios importantes para todas las capas sociales. Eso  sí, habrá que realizar más resonancias magnéticas y más estudios para comprobar  que eso es verdad. Si al final no es así, habrá que ponerse en las manos de los  House monetarios más frikis de nuestros tiempos y aplicar el último remedio:  financiación monetaria masiva del gasto público.
Miguel  Otero Iglesias
Investigador  principal, Economía Europea y Mercados Emergentes, Real Instituto Elcano | @miotei
1 The Independent, “Alistair Darling: We were two hours from the  cashpoints running dry”, 18/III/2011.
2 ILO-IILS (2011), “A Review of Global Fiscal Stimulus”, Discussion Paper Series No. 5. Hay que señalar aquí que  estos estímulos no incluyen los estabilizadores automáticos, mayores en Europa  que en el resto de países.
3 E. Yardeni. y M. Quintana  (2016), “Global Economic Briefing: Central Bank Balance Sheets”, 13/I/2016.
4 J.-C. Trichet (2010), “Stimulate no more – it is now time for all to  tighten”, Financial Times,  22/VII/2010.
5 Der Spiegel, “The Bundesbank against the World: German  Central Bank Opposes Euro Strategy”,  27/VIII/2012.
9 A. Turner (2015), “The Case for Monetary Finance – An Essentially  Political Issue”, papel presentado en la 16th  Jacques Polak Annual Research Conference, Washington DC, 5-6/XI/2015.
10 M. Blyth, E. Lonergan y S.  Wren-Lewis (2015), “Now the Bank of England needs to deliver QE for  the people”, The Guardian, 21/V/2015.
12 M. Wolf (2014), “Strip private banks of their power to create  money”, Financial Times,  24/IV/2014.
14 D. Coyle (2015), “GDP: a brief but affectionate history”, conferencia impartida en la London School of Economics and  Political Science, Londres, 16/XI/2015.
16 Gordon, R.J. “The turtle´s progress: Secular stagnation meets  the headwinds”, en C. Teulings y R. Baldwin,  Secular Stagnation: Facts, Causes, and Cures, VoxEU, CEPR Press, Londres, 2014.
Abrazos,
PD1: La gente no se confiesa  porque no ha matado a nadie. Pero si le llama imbécil a su prójimo no le afecta a su conciencia. Por supuesto que matamos cuando criticamos, murmuramos,  enjuiciamos a los demás. Ternura, mucha ternura y misericordia…




 
 




