17 julio 2019

la economía de EEUU va de cine...


Se publicaron ayer y explican por qué sus mercados están en máximos. Nos gustará más o menos el mensaje que lanza sistemáticamente Trump, pero ha conseguido que la gente compre y compre, lo habitual en los yanquis, y que se siga fabricando cosas:
Las VENTAS AL POR MENOR (las reales, descontada la inflación) de junio han subido un 1.7% en tasa anual, y sin tener en cuenta las ventas en las gasolineras, ha subido un 2.2%, ambos datos en máximos históricos. Mira que gráfico más espectacular:

Y en términos de producción, algo más flojos, pero para arriba. La PRODUCCION INDUSTRIAL en junio pasado subió un 1.3% en tasa anual, y la MANUFACTURERA un 0,5%:
La VENTA DE CAMIONES GRANDES ha subido en junio un 12% en tasa anual, a un nivel muy próximo a sus máximos históricos:
Sin embargo, se construye mucho menos que en el pico de 2007 anterior (quizás fuera demasiado lo que pasó entonces). Los datos de “New Home Sales” siguen algo pobres:
Pues eso que no es tan raro que las bolsas estadounidenses anden haciendo máximos históricos, a pesar de las dudas de los inversores, que salen de sus posiciones de bolsa en esta subida:
Cuantas más dudas se tiene, más sube el mercado… Se llama “walls of worries”, y es lo que se necesita para que el mercado suba, que haya muchas dudas…
Abrazos,
PD1: Me ha gustado mucho las disquisiciones sobre la ESPERANZA que cuenta Antonio Argandoña aquí. Habla de lo que cuenta el filósofo Leonardo Polo ya fallecido:
Polo dice que la esperanza tiene tres dimensiones.
La primera es el optimismo. «El pesimismo, dice Polo, encierra y paraliza. En cambio, el hombre esperanzado camina hacia lo mejor, sale del ensimismamiento y se pone en tarea». Un optimismo sin esperanza es trivial: es el optimismo del que está satisfecho con lo que ha hecho, que no mira al futuro. El optimismo de la esperanza está insatisfecho. Polo recuerda el dicho anglosajón, de que el optimista es el que dice que estamos en el mejor de los mundos posibles, y el pesimista es el que cree que esto es verdad. En el mejor de los mundo posibles no hay esperanza; el que afirma que estamos en un mundo mejorable vive en la esperanza.
De modo que el segundo componente de la esperanza es el futuro. Si no hay futuro, no hay tarea, no hay esperanza. O mejor, dice Polo, podemos crearnos una esperanza falsa, la de una mundo futuro utópico, que alguien nos dará, pero que no depende de nosotros. Y esto no vale ni siquiera para los que creemos que esta vida no se acaba, sino que continúa en el cielo, porque ese cielo nos lo hemos de ganar nosotros aquí.
Por tanto, la tercera dimensión de la esperanza, según Polo, es la tarea, algo que me compromete, que tomo como un deber: tengo que mejorar. A diferencia de la utopía, la esperanza me ofrece un futuro pero me lo he de construir yo. Claro que no estamos hablando de unos resultados externos, que pueden no darse, sino de mi mejora personal, que esa sí que depende de mí, aunque mi vida parezca un fracaso a los que la miran desde fuera.
«El futuro, dice Polo, es mejor que el presente, en tanto que depende de mí», pero «es solo posible, no es seguro: los recursos de que dispongo hoy no son suficientes», de modo que los he de conseguir: ahí está la tarea. Para conseguir algo, que puede no llegar: ahí esté el riesgo. Y el riesgo lo corro yo, porque doy, me doy, para ser mejor: ahí está la esperanza.