Deberían ser mayores, por justicia, pero son las que son y me temo que van a ser incluso mucho menores… El 41% de los Presupuestos Generales del Estado se va ya en pagar las pensiones. Es una brutalidad…
Por qué nuestras pensiones son las que son
Hace unos días publiqué en El Periódico un artículo de opinión con el título de esta misma entrada (aquí): qué le pasa a nuestras pensiones. Aquí resumiré su mensaje, porque me parece interesante que reflexionemos sobre él.
Tradicionalmente, cuando las personas dejaban de trabajar pasaban a depender de sus ahorros, o de sus hijos, o de la caridad pública o privada. Ninguna de estas soluciones parecía adecuada, de modo que se inventaron las pensiones: del salario del trabajador se retira una parte, que se le devolverá, como salario diferido, a partir del día en que se jubile. Esta es la solución adoptada por la gran mayoría de países. Las pensiones van ligadas a la vida laboral; los que no trabajan estarán cubiertos por otros ingresos no ligados al trabajo, como las pensiones no contributivas o la renta mínima.
Esta idea presentaba una dificultad en su mismo origen: cuando se puso en marcha, nadie había contribuido, de modo que no había dinero que repartir. Entonces se recurrió al sistema que conocemos ahora: con las cotizaciones sociales de los que en cada momento trabajan se paga la pensión a los que en ese momento están jubilados. Esto ha entrado en crisis, porque el gasto en pensiones ha crecido más que las cotizaciones: se ha alargado la vida total, de modo que hay más jubilados; la cuantía de las pensiones ha subido, porque los salarios sobre los que se calcula la pensión son ahora más altos, y las cotizaciones sociales han crecido poco porque hay menos cotizantes, la población activa no crece, muchos empleos son ahora precarios y los salarios de entrada son bajos.
El resultado es un déficit importante de la Seguridad Social, más de 18.000 millones de euros el año pasado. En los años buenos, se llenó la “hucha de las pensiones” con el exceso de los ingresos sobre los gastos, pero ese fondo se ha vaciado ya. Se puso en marcha una reforma pero su objetivo era evitar la quiebra del sistema, no el mantenimiento del nivel de vida de los retirados. Y eso se consigue por varios mecanismos. Uno es la limitación de la revalorización de las pensiones con la inflación, lo que supone una pérdida de poder adquisitivo. Otro mecanismo es la llamada tasa de sustitución, que calcula el porcentaje de la pensión el día de la jubilación respecto del último salario. Esa tasa es ahora un generoso 80%, pero bajará al 74% en 2025, y al 63% en 2050, según un estudio de Edad&Vida. Y aún hay otros mecanismos, como el cómputo de la pensión a partir del número de años cotizados y el adelantamiento de la edad de jubilación. Lo que queda al final es… la protesta de los jubilados por la no probable, sino segura, pérdida continuada de ingresos, en una etapa de su vida en la que ya no tienen medios para reaccionar.
¿Hay soluciones? Sí, pero todas pasan porque alguien ponga más dinero encima de la mesa. Subir las cotizaciones sociales significa castigar el empleo. Trasladar a las pensiones algunos ingresos de los Presupuestos del Estado quiere decir aumentar los impuestos que pagamos todos, o reducir los fondos dedicados a otras cosas: sanidad, educación, infraestructuras…
A medio plazo habrá que ir hacia un plan, probablemente obligatorio, para formar un fondo con las aportaciones de los trabajadores y de sus empleadores, del que se nutrirían las pensiones cuando se jubilen. Pero les estaríamos pidiendo ciudadanos que reduzcan sus ingresos con las cotizaciones sociales para pagar a los que ahora ya están jubilados, y que además los reduzcan con las aportaciones a los fondos para sus pensiones futuras: y no me parece que estén muy dispuestos a hacerlo.
Los partidos saben que cualquier solución molestará a muchos ciudadanos, y no quieren sufrir el desgaste político de proponerla. De modo que deberá ser la sociedad civil la que promueva el debate, busque las soluciones y trate de convencer luego a los políticos. Si no lo hacen, el futuro de los pensionistas, o sea, el de todos nosotros, va a ser muy negro…
Abrazos,
PD1: Orgullo espiritual: ¡Cuántas veces algunos católicos se consideran mejores que los otros católicos porque siguen este o aquel movimiento, porque observan esta o aquella disciplina, porque obedecen a este o a aquel uso litúrgico! Unos, porque son ricos; otros, porque estudiaron más. Unos, porque ocupan cargos importantes; otros, porque vienen de familias nobles... No somos mejores que los demás por ser más espirituales. Antes bien, nuestros defectos se notan mucho más… Y si alguno se cree mejor por ser más espiritual, está muy equivocadito. Rezar nos hace mejores a los ojos de Dios, pero no somos mejores que el resto, que los que no rezan.
Ayer una hija mía me contó que uno de su oficina se le había echado a llorar reconociendo que era ateo y que le daba mucha envidia la fe que veía en ella. Quería hablar con ella de sus muchas dudas de fe. Le conté que lo mejor era que le enseñara a rezar, a hacer oración. Y que esas dudas de fe se las preguntara al Señor…, que seguro se las iba a quitar.