Esta es la principal
consecuencia de esta pandemia: tendremos mucha más deuda cuando acabe… Y habrá
que lidiar con ella…
El día después: endeudados (Emilio Ontiveros)
Comprometí en la anterior
columna que a partir de esta iniciaría una serie en la que trataría de
identificar tendencias que dominarán la transición al «día después», al escenario
más cercano a lo que podría llegar a ser la normalización de la actividad
económica. No es fácil porque, como anticipaba el mes pasado, no habrá una
normalización al uso. Pero sí es posible poner sobre la mesa algunas realidades
que, aun cuando ya estuvieran insinuadas antes de la pandemia, condicionarán la
evolución de las economías en los próximos años, como si se tratara de legados
con desigual carga. Uno de ellos es el elevado endeudamiento público y privado:
la deuda mundial se ha duplicado en los últimos 15 años, hasta alcanzar unos
240 billones, el 320% del PIB global. Esos niveles de deuda, además de
perseguirnos durante mucho tiempo, constituirán una seria amenaza en la
transición a una normalización cada día más complicada.
No es precisamente nuevo, sino
que constituye una de las secuelas más explícitas que dejó la crisis anterior.
Acelerar la superación de la Gran Recesión exigió políticas monetarias
excepcionalmente laxas que determinaron niveles de endeudamiento público y
privado sin precedentes. En consecuencia, la vulnerabilidad a perturbaciones
financieras ya era elevada cuando concluía el pasado año. En plena digestión de
esos excesos emergió la COVID-19 con unas consecuencias económicas mucho más
severas que las de la crisis de 2008. Los déficits públicos han ascendido a
ritmos sin precedentes y con ellos la deuda pública. Por su lado, las
respuestas de política monetaria han sido incluso más agresivas que las
anteriores, especialmente en el seno de la eurozona. Los costes de financiación
en mínimos históricos están permitiendo la financiación de la recuperación,
pero también la reestructuración financiera de las empresas, en muchos casos
elevando el grado de apalancamiento, también hasta niveles desconocidos.
Todo ello añade una notable vulnerabilidad
al proceso de recuperación y a la necesaria reconstrucción a partir del día
después. La escena financiera pasa a ser bastante más peligrosa. La
preocupación por la sostenibilidad de la deuda y la sensibilidad a episodios de
inestabilidad financiera en cualquier lugar del mundo es ahora mucho mayor.
Conviene revisar, en consecuencia, las piezas principales de ese paisaje con el
que nos encontraremos en esa transición al día después.
1.Endeudamiento público.
También para las finanzas públicas esta crisis será peor que la anterior.
Entonces la deuda pública amentó en las economías de la OCDE en 28 puntos
porcentuales de PIB. Ahora, los desplomes en la recaudación tributaria y el
ascenso en muchas partidas de gasto público ya han situado los déficits en
máximos, y harán lo propio con la deuda pública. El conjunto de la deuda
pública de las economías avanzadas pasará del 109% del PIB hasta el 137% del
PIB al final de este año, según la OCDE. Esa organización ha estimado en
diecisiete billones de los nuestros el crecimiento en la deuda pública derivado
exclusivamente de la pandemia. No hace falta insistir en que ese nivel puede
aumentar si el ritmo de recuperación del crecimiento es inferior al previsto, o
si la caligrafía final de la recuperación nos distancia de la mayoría de esa
esperanzadora «V».
Es verdad que los
históricamente reducidos tipos de interés a los que se están financiando los
tesoros públicos constituyen un paliativo nada desdeñable, como lo es también
el hecho de que, a diferencia de otras épocas, no cabe hablar de «efectos
expulsión» del sector privado como consecuencia de esa avidez financiadora de
los Estados. Tampoco los inversores deben inquietarse por el momento por
tensiones inflacionistas susceptibles de erosionar el valor real del servicio
de la deuda.
No vienen mal esos paliativos
porque en las circunstancias actuales no es previsible que, al menos a corto
plazo, la mayoría de los gobiernos adopten decisiones de reducción del gasto
público o aumentos significativos de los impuestos. La consolidación de la
recuperación y, en especial, las consecuencias sociales del elevado desempleo y
exclusión social, no aconsejan plantearse ahora ejercicios de austeridad
similares a los aplicados en la crisis anterior en algunos países europeos. De
sus consecuencias quedan todavía señales, económicas y políticas. Es razonable
que prefieran seguir las recomendaciones de Adam Posen, presidente del Peterson
Institute for International Economics, que recomendaba a los parlamentarios
británicos en la tercera semana de mayo evitar esas dos acciones comentadas, y
preocuparse únicamente porque la economía creciera más rápido de lo que lo haga
la deuda1 .
2.Endeudamiento privado. No
solo inquieta el endeudamiento público; el privado, más concretamente el
empresarial, ha crecido a ritmos sin precedentes. Era en cierta medida
razonable. Si bajan los tipos de interés, el incentivo a endeudarse para
concretar decisiones de inversión es mayor. El problema es que no siempre ese
aumento del endeudamiento ha sido destinado a mayor inversión, sino a
recomponer el pasivo de las empresas, a reducir el coste medio del capital. Lo
que también puede estar bien, aunque no tanto como la ampliación de la
capacidad de producción y la mejora de la productividad que suelen conllevar
las decisiones de inversión. El problema es que al igual que en el caso de
prestatarios públicos, ese mayor apalancamiento hay que digerirlo. Y eso solo
se consigue, al igual que en el sector público, con mayores ingresos.
El más intenso crecimiento del
crédito en todas sus formas, también mediante la emisión de bonos, no se ha
localizado precisamente en las empresas de mejor calidad crediticita sino en
empresas pertenecientes a sectores donde las perturbaciones en la oferta o el
declive de la demanda es más acusado. Es decir, donde las tasas de rentabilidad
ya eran reducidas, por no decir inexistentes, antes de la pandemia. Una
situación que ha aumentado la degradación de la solvencia por las agencias de
calificación crediticia, al tiempo que muchas compañías se han visto obligadas
a financiarse mediante líneas de crédito bancario a corto plazo. La distancia a
problemas de liquidez se ha estrechado, pero puede también reducirse la que
resta a problemas de solvencia, de viabilidad, en especial en aquellos deudores
de alto riesgo, que no son pocos. Este es uno de los factores sobre los que
alerta el último Informe de Estabilidad Financiera del BCE, de donde procede el
segundo de los gráficos.
3.Bancos más preparados, pero
vulnerables. En gran medida como consecuencia de los hechos anteriores la
preocupación se extiende igualmente a la estabilidad de los sistemas bancarios.
Es un hecho que los bancos disponen de mayor solvencia y no han aparecido
problemas en los mercados mayoristas como los que se dieron en la anterior
crisis. Las posiciones de capital y de liquidez son más sólidas, pero la
rentabilidad no es precisamente tranquilizadora. Las cotizaciones bursátiles
advierten de ello en todo el mundo, pero en especial en Europa. A las amenazas
por la excesiva prolongación de la recesión o por eventuales perturbaciones
financieras se añaden las derivadas de la propia crisis de identidad de la
banca al por menor tal y como la conocemos. La dinámica de cambio tecnológico,
de irrupción de nuevos competidores, de cambios en los hábitos de los
consumidores de servicios financieros, siguen condicionando los resultados de
esas empresas financieras, esenciales en tantos aspectos de la vida económica
como la transmisión de las políticas monetarias, o la de decisiones
excepcionales como las adoptadas en esta pandemia por la práctica totalidad de
los gobiernos, para paliar los problemas de liquidez de las empresas medianas y
pequeñas.
Son consideraciones que nos
obligan a alejar la excesiva complacencia en la transición a esa esperada
normalidad, al tiempo que a confiar en la habilidad de los bancos centrales y
en la de los departamentos de gestión de riesgos de todos los operadores
financieros
Visto lo visto, los bancos, que
habían repuntado en las últimas dos semanas, se vuelven a desplomar, y con
ganas. Qué lejos quedan sus máximos… Qué cantidad de recomendaciones positivas
dan sobre ellos y qué mal lo siguen haciendo. Ya sabes muy negativa opinión. No
los quiere nadie, no es un sector que tenga buena pinta a futuro y los guiris
los venden como si no hubiera un mañana. Los españoles son los únicos fieles a
ellos y a las malas políticas de los banqueros en las últimas dos décadas…:
Santander:
BBVA:
PD1: Estoy
lleno de acontecimientos:
A final de mes, mi hija Maria
hace su Confirmación que habían atrasado. Se llenará del Espíritu Santo… y será
más buena si cabe.
También nace mi novena nieta,
la quinta hija de mi hija Maca, que con 30 años optó por ser muy generosa y
dejar a Dios que actúe en ella…
En julio mi hijo Javier se casa
por fin, también fue atrasada la boda. Sabemos que va a ser muy feliz en su
matrimonio, ya que ella es muy buena chica…
Tengo a otros dos hijos
enamorados, con noviazgo reciente que tienen que vislumbrar. Rezo por ellos y
que vean si les conviene y se comprometen de por vida con sus futuros cónyuges…
En noviembre se ordena en Roma
de diacono mi hijo Borja. Y será sacerdote en mayo del 2021. Gran alegría y
júbilo… Sabemos que hará mucho bien a tantos. Estoy deseando confesarme con él
de cura. Y que empiece a celebrar las bodas, bautizos y comuniones de casa.
Rezamos para que sea un presbítero ejemplar y que sus sermones, cortitos,
lleguen al corazón de los fieles…
La vida sigue adelante. Solo
nos queda dar muchas gracias a Dios por todo lo que nos va pasando…