El Estado está cobrando más por
la inflación, pero no se vislumbran recortes de gastos superfluos, sino todo lo
contrario. Y así esto no funcionará…
Las ensoñaciones fiscales de los brexiteros (y de la
izquierda española)
En un
país con elevado nivel de gasto público y con una deuda pública cercana al
tamaño del PIB, no existe margen de bajada neta de impuestos sin ajustes de
gastos
La
furibunda reacción de la izquierda española a la crisis británica,
aprovechando la ocasión para intentar justificar su injustificable política
impositiva, y el debate consiguiente han hurtado a la opinión pública aspectos
esenciales de dicha crisis. Una crisis en cuyo desencadenamiento las rebajas
impositivas han desempeñado un papel mucho menos importante que el que le
atribuyen los portavoces del gobierno y medios afines. En lo inmediato, se
trata esencialmente de una típica crisis de credibilidad provocada por medidas
y objetivos de política económica inconsistentes entre sí, crisis por cierto no
muy diferente de la que se cierne sobre la gestión económica del gobierno
socialcomunista de nuestro país. En lo mediato, en lo concerniente a las causas
últimas, hay que remontarse al Brexit.
Desde 2016, el crecimiento anual
del PIB del Reino Unido ha sido un punto inferior al que habría conseguido si
hubiera seguido en la UE
En efecto, en el principio fue el
Brexit. Impulsados por una mezcla tóxica de ignorancia o autoengaño y
nostalgia imperial, el grueso del partido conservador británico
pensaba que a partir del primer día fuera de la UE la renta del Reino Unido
aumentaría por el monto de las transferencias fiscales netas a la Unión
previamente existentes. A medio y largo plazo, además, liberado de las cadenas
de la pesada carga regulatoria, así como de la política comercial
proteccionista y demás restricciones de la UE, creían o querían creer que el
Reino Unido podría acelerar su crecimiento económico y alcanzar
niveles de renta per cápita similares a los de Suiza o Singapur. Junto
con la reducción de las transferencias fiscales y las trabas regulatorias de
los mercados de bienes y servicios impuestas por la pertenencia a la UE, las
piezas esenciales de la nueva ruta hacia la prosperidad serían el
establecimiento de acuerdos comerciales con los países extracomunitarios más
liberales que los acordados por la UE y la rebaja de la imposición empresarial
y de las rentas del capital.
Desde el referéndum de junio de
2016 se han llevado a cabo una amplia batería de estudios sobre las
consecuencias del Brexit y todos, sin excepción, estiman un daño
significativo para la economía británica tanto a corto como a medio y largo
plazo, en contra de lo que sostenía la taimada propaganda del
UKIP (partido independentista británico) en la que aparentemente creían la
mayoría de los tories. Uno de estos estudios (Born et alia,“The Costs of
Economic Nationalism: Evidence from The Brexit Experience, Economic Journal
129, 2019) calcula que desde 2016 el crecimiento anual del PIB del Reino Unido
ha sido un punto inferior al que habría conseguido si hubiera seguido en la UE.
Ante esta incontestable evidencia, el partido conservador, que permitió y
alentó la salida de la UE, está presionado para adoptar medidas que cuanto
menos restauren el potencial de crecimiento del país. Es importante mantener
esta perspectiva del Brexit porque está íntimamente vinculada con las
decisiones que han desencadenado la crisis e indudablemente seguirá influyendo
pesadamente en la política británica.
El verdadero detonante de la
crisis: el aumento del gasto público y, más específicamente, el aumento
derivado del enorme monto de las ayudas comprometidas para paliar los efectos
de la crisis energética
Veamos ahora la crisis. Ante
todo, se ha de señalar que es un error calificar el Partido Conservador como neoliberal por
haber propuesto bajadas de impuestos a las rentas empresariales y del capital,
una etiqueta que ciertamente se adaptaría más cabalmente a las políticas de
otros países con niveles bajos de estos impuestos como los citados Suiza y
Singapur o Irlanda, por señalar un país dentro de la UE. En 2019, antes de la
pandemia, el gasto público en proporción al PIB alcanzaba el 14% en Singapur,
el 31,5% en Suiza y el 24,2% en Irlanda, mientras que en el Reino Unido suponía
el 39%. En 2021, las cifras correspondientes eran 12%, 35%, 24,9% y 44,6%. Como
se puede constatar, el nivel y la deriva del gasto público en el Reino Unido
eran sustancialmente mayores que los de los países
cuyo bienestar económico pretendía emular. Había propuestas para equipararse a
sus niveles impositivos pero ni rastro de propuestas de racionalización o control
del gasto público como las existentes en esos países, sino más bien todo lo
contrario.
Esto nos lleva al verdadero
detonante de la crisis, una crisis que a mi juicio se habría producido incluso
sin los anuncios de bajadas impositivas: el aumento del gasto público y más
específicamente el aumento derivado del enorme monto de las ayudas
comprometidas para paliar los efectos de la crisis energética.
Estas ayudas suponían alrededor del 5% del PIB, una magnitud sólo comparable a
las concedidas en Alemania, cuya economía es más dependiente que la británica
del gas en general y del gas ruso en particular. Pero a diferencia de Alemania,
el gobierno británico se comprometió a mantener dichas ayudas durante dos años.
Con el agravante de que las elecciones generales en el Reino Unido están
previstas justamente dentro de dos años, por lo que los mercados anticiparon
que se extenderían al menos otro año más. En estas circunstancias, la
presentación del presupuesto, aumentando además otras partidas de gasto público
y reduciendo los impuestos antes señalados precipitó la crisis.
En un país con elevado nivel de
gasto público y con una deuda pública cercana al tamaño del PIB, no existe
margen de bajada neta de impuestos sin ajustes de gastos. Se pueden bajar
impuestos con potencial de dinamizar la economía y generar aumentos de ingresos
públicos a medio plazo pero sólo si se
acompañan de subidas de otros impuestos que garanticen el avance o
mantenimiento de los ingresos a corto plazo. Pero ni siquiera
esto es posible si al mismo tiempo se está disparando el gasto público.
La ensoñación del socialcomunismo
en España es creer que se puede pagar un aumento descomunal del gasto público
estructural mediante subidas de impuestos directos a las rentas altas, una
quimera simétrica a la de los brexiteros. La pertenencia de nuestro país al
euro y el transitorio crecimiento extra de los ingresos públicos generado por
la inflación retrasan pero no eliminan el brusco encontronazo con la realidad
que nos espera.
Ayer nueva subida de 0,75% de los
tipos en Europa. El BCE necesita enseñar los dientes, pero sabe que la
inflación es más de oferta (costes energéticos) que de demanda (salarios
reales), que eso limita mucho la efectividad de las subidas de tipos para
contener los precios y que además genera contraindicaciones serias. Frenará la
subida que será de 50 pb la siguiente para terminar con otra de 25 pb…
Y el BUND alemán reflejando que la subida de tipos no será tan intensa como se piensa. Ha pasado de tener un rendimiento del 2,5% a un 2%:
Abrazos,
PD1: Gran desafío :
Reza, piensa y reflexiona el triple;
haz el doble;
y habla la mitad.