26 mayo 2017

la clase media sigue en crisis

No conseguimos librarnos de ella. Ha sido demasiado fuerte y dudo mucho que nos vayamos a olvidar de la crisis en muchos años. La gente, muchos, vuelven a cometer los mismos errores de antes de la crisis. De nuevo, se compran cosas a crédito, pensando en que la sensación de que estamos mejor se va a mantener muchos años… Y puede que no.
Interesante lo que cuenta Emilio Ontiveros:

«La clase media no ha salido de la crisis»

«La crisis ha dado libertad a muchos empresarios para mantener salarios bajos y condiciones precarias»
«Hemos sacrificado inversión en conocimiento, principal activo de las economías competitivas»
«Las decisiones de Trump son una enmienda a la totalidad de lo que ha hecho Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial»
Cuando empezaron, no eran más que un pequeño grupo de profesores de Universidad. «La cosa funcionó gracias a la época convulsa en la que nacimos, a finales de los años ochenta. Los bancos, las compañías de seguros y las administraciones necesitaban urgentemente a gente que supiera un poco más de economía que el resto», recuerda Emilio Ontiveros (Ciudad Real, 1948). El catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma y consejero editorial de Ethic fundó Afi (Analistas Financieros Internacionales) en 1987, cuando España atravesaba tres episodios que marcarían un nuevo rumbo para su economía: la integración en la Unión Europea, la ruptura del statu quo de la banca y su apertura a una competencia real y, sobre todo, un crac bursátil que puso patas arriba los mercados financieros de todo el mundo.
Hoy, Afi cumple 30 años, y su papel nunca ha dejado de ser relevante en una economía, la española, que ha vivido unas cuantas sacudidas en este tiempo. «Analizamos al detalle el comportamiento de los mercados españoles y a partir de ahí damos asesoramiento», cuenta Ontiveros, «pero no hemos descuidado nuestra seña de identidad más fuerte: la formación». Hoy por hoy, Afi es posiblemente la asesoría financiera con más doctores universitarios entre sus filas. De los 125 miembros que la componen, solo la mitad son economistas; el resto, ingenieros informáticos y matemáticos. «Ha sido inevitable sumarnos a las nuevas tecnologías; en este tiempo hemos creado modelos propios cuantitativos para prever el comportamiento de los mercados, con los que también asesoramos a inversores extranjeros», explica Ontiveros durante la entrevista.
¿Podría hacerme un diagnóstico de la economía española en estos 30 años?
Hemos sabido sacar partido a nuestra integración en Europa. La adhesión al euro ha beneficiado objetivamente a la economía española. Con sombras, pero el balance neto es positivo. El segundo elemento es que el percance más aciago, la crisis de la eurozona en 2007, ha sido la mayor convulsión en el sistema bancario español, con la mayor pérdida de empleo y renta por habitante de las últimas décadas.
Los datos macroeconómicos dicen que España vuelve a crecer.
No nos hemos recuperado a pesar de que la economía vuelva a dinamizarse. No hemos recuperado los niveles de PIB por habitante de 2007. La gran lección de estos 30 años la hemos tenido con esta última gran crisis. Debemos manejar mejor los riesgos y el nivel de endeudamiento de bancos como de empresas, tener más prudencia. Y es necesario diversificar sectorialmente la inversión, no poner todos los huevos en una misma cesta.
No parece que hayamos aprendido mucho: seguimos apostando por el ladrillo y el turismo, y dejando de lado la innovación en otras industrias.
Efectivamente. La crisis desautoriza el exceso de concentración sectorial en la construcción residencial, y eso es algo que tenemos que cambiar. El gran drama de la crisis es que interrumpió la modernización de la economía española. Hemos sacrificado inversión en conocimiento, principal activo que hace que las economías sean competitivas. La inversión en I+D ha caído, a día de hoy, a niveles de países mucho menos avanzados que el nuestro. La inversión en educación también se ha sacrificado. Tenemos que recuperar el pulso, tener ventajas en activos intangibles, que es lo que nos hace diferenciarnos de economías menos avanzadas. Y, sobre todo, lo que reduce la vulnerabilidad frente a otras crisis, y nos hace ganar competitividad frente a otras economías cuya principal ventaja es tener salarios bajos.
En nuestro país, ahora mismo, los precios suben a un ritmo mayor que los salarios.
El ciudadano tiene razón cuando denuncia esa asimetría entre lo que dicen los indicadores macroeconómicos, que expresan el crecimiento de la economía española, y las rentas, que no crecen. Y eso mina la confianza.
Lo que recibe el ciudadano medio es un menor poder adquisitivo y una alta tasa de paro.
El empleo estable es el elemento susceptible de aumentar la confianza, y hoy no es más seguro, al contrario. Sigue estando dominado por la precariedad y con salarios medios bajos. Hace falta que el crecimiento macroeconómico vaya a las personas que más han sufrido los costes de la crisis económica, que son precisamente los que no la ocasionaron. La clase media y clase baja. Siguen en crisis.
¿Qué papel ha jugado la reforma laboral?
Se ha aprovechado el elevado contingente de desempleados que generó la crisis para dar mayor margen de discrecionalidad y libertad a los empresarios, y en muchos casos, mantener salarios bajos y condiciones precarias. A medio plazo no es bueno porque no fortalece la confianza de los consumidores, y no aumenta el consumo de bienes duraderos. Y rompe la confianza en el propio sistema económico. Hay mucha desafección hacia el propio sistema, no solo los mercados. También hacia las instituciones.
Esto sucede en toda Europa.
Sí, es un escenario europeo. En muchos países hay un grado de desánimo, de desidentificación como no habíamos visto desde la creación de la UE.
La corrupción rampante no ayuda. Los últimos datos del FMI hablan de dos billones de dinero público defraudado. ¿No hablamos ya de cifras macroeconómicas?
No es fácil meter la corrupción en modelos macroeconómicos, pero sí hay investigaciones empíricas que demuestran que es un freno al crecimiento. Sobre todo por el deterioro de un activo muy importante: el capital social. El activo basado en la confianza. Allí donde no hay corrupción, la estabilidad del crecimiento económico es mayor. La corrupción cotiza de forma adversa, y erosiona la identificación de la mayoría de la gente con las instituciones.
Hoy, lo que más quema en la sociedad es la socialización de las pérdidas, esto es: el rescate del sector privado con dinero público.
Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo. La mala distribución de los errores crea malestar y desafección. Es el peor acompañamiento para una economía estable a largo plazo.
Usted hablaba del impulso del sector financiero en estos 30 años, ¿qué opina de la gestión de las cajas? Su rescate con dinero público es esa mala distribución de los errores que menciona.
Es un ejemplo claro. Pero con la reestructuración del sector, apenas quedan cajas de ahorros. Habían cumplido en sus orígenes una función de mayor inclusión social y vertebración territorial. Pero algunas concentraron excesivos riesgos, y cuando llega el contagio de la crisis americana provoca un deterioro en los activos que tenían. Y su conversión en bancos ha contribuido a que se deteriore el grado de inclusión y vertebración. Parcialmente, cubren ahora estas funciones las cooperativas de crédito y las cajas rurales, pero su importancia relativa es muy reducida. Pero el problema que yo veo es que en toda la eurozona, la reestructuración ha dejado una inercia de concentración del sistema bancario, y cada día hay menor número de entidades bancarias. Esto reduce la competencia, que es algo negativo en cualquier sector, pero especialmente el financiero, que es clave: aumentan los riesgos de exclusión social.
Hoy en día, factores como la huella de carbono son criterios de rentabilidad en la valoración de activos financieros. ¿Lo ve como algo pasajero, o es una nueva forma de hacer las cosas?
Sí, ese es uno de los aspectos positivos de la nueva economía, y desde luego ha venido para quedarse. La consideración de los objetivos medioambientales de los acuerdos de París en las propias políticas de inversión han dejado de ser algo anecdótico y excéntrico, y está interiorizándose en las decisiones de los grandes bancos e inversores. La transición energética, las limitaciones de emisiones, pueden condicionar de forma significativa el valor de muchos bancos y compañías de seguros. Es imparable la toma de consideración de esas variables.
¿Cree que las medidas que está anunciando Donald Trump, que van justo en sentido contrario, pueden poner en peligro el Acuerdo de París ?
Las decisiones de Trump son una enmienda a la totalidad de lo que ha hecho Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nunca habíamos visto que el principal impulsor del libre cambio y el multilateralismos defienda el aislacionismo o la imposición de aranceles de forma unilateral, llegando a ser incluso una amenaza para la propia Organización Mundial del Comercio. Es preocupante esa retórica en relación al libre comercio y la libre circulación de personas.
Le preguntaba, en concreto, sobre su postura respecto a las políticas medioambientales.
El gran problema es que Trump incluso cuestiona los fundamentos científicos del cambio climático. Su retórica y decisiones respecto a los oleoductos, las prospecciones en el océano o el apoyo a los combustibles fósiles son inquietantes y sí, opino que puede amenazar el Acuerdo de París. Pero las consecuencias pueden ir más allá, por ejemplo, a alteraciones geopolíticas. Si Estados Unidos pierde el liderazgo en la hoja de ruta de este acuerdo, podría recaer en otras potencias económicas, como China. Ese sería un nuevo escenario, mucho menos predecible.
Abrazos,
PD1: Buen resumen de estos últimos 10 años:

Balance de una década

Clemente Polo Catedrático de Fundamentos del análisis económico en la Univ. Autónoma de Barcelona
El autor analiza cómo ha resultado el periodo entre 2007 y 2016 para los pensionistas, los asalariados y los parados en España.
La economía española ha registrado desde el cuarto trimestre del año 2008 dos recesiones, 2008-2010 y 2011-2013, adobadas con la profunda crisis financiera de 2009 a 2013, a las que ha seguido un período de recuperación sostenida a partir del primer trimestre de 2014. La evolución tanto del PIB nominal, que creció tan sólo un 3,05% entre 2007 y 2016, como del PIB real, que disminuyó un 0,6% en ese mismo período, resumen perfectamente por qué puede denominarse este período como la segunda ‘década’ negra de la economía española (la primera corresponde al período 1975-1984). 
Con este panorama, pocos son los ciudadanos que han registrado mejoras apreciables en su bienestar y resulta difícil encontrar un hogar donde la situación de alguno de sus miembros, ya sea el sustentador principal, el cónyuge, los hijos, etc., no haya empeorado en la pasada década. Hay, no obstante, algunos colectivos que han salido mejor parados de este trance, mientras otros han cosechado pérdidas sustanciales y continúan en precario después de tres años de recuperación. El tema es muy amplio, pero voy a centrar mi atención en la situación actual de los pensionistas (8,6 millones), los asalariados (15,3 millones) y los parados (4,3 millones), con especial atención a los jóvenes. 
A pesar de que las pensiones se congelaron en el año 2011 y los pensionistas se quejan con frecuencia de lo bajas que son sus pensiones, lo cierto es que han sido uno de los colectivos más beneficiados. Las cifras son incontestables: aunque el número de pensionistas y de pensiones creció en torno a un 13,5% entre 2007 y 2016, la pensión media contributiva se revalorizó un 35,9% desde 2007 (673 euros) hasta febrero de 2017 (915 euros) y el gasto total en pensiones contributivas aumentó un el 55,5%. A la vista de la diferencia abismal que existe entre estas tasas y las del crecimiento del PIB, produce estupor escuchar a Ramón Espinar, portavoz de Podemos en el Senado, afirmar en TVE que “los pensionistas han perdido poder de compra año tras año”. Anda muy mal informado. 
Incluso reconociendo que la pensión media actual no garantiza una vida confortable a aquellos pensionistas que no disponen de otros recursos, lo que nadie puede negar es el enorme esfuerzo que ha hecho la sociedad española para aumentar las pensiones mientras otros ciudadanos veían erosionarse sus rentas al perder sus empresas o empleos. En cuanto a la sostenibilidad del sistema, conviene recordar que la factura mensual asciende a 8.500 millones, 17.000 millones cuando se abona paga extraordinaria, y que el Gobierno se ha visto obligado a echar mano del Fondo de Reserva de la Seguridad Social para hacer frente a obligaciones que exceden los recursos del sistema. 
Aunque el proceso de creación de empleo podría aliviar algo la situación en los próximos trimestres, el previsible aumento del número de pensionistas impide ser optimista. El sistema tendrá dificultades para abonar las pensiones si el Fondo de Reserva está exhausto cuando llegue la próxima recesión. 
Asalariados y parados 
El balance para los asalariados ha resultado también positivo, aunque menos satisfactorio que para los pensionistas. El salario mínimo interprofesional creció un 14,83% desde 2007 (570 euros) hasta 2016 (655 euros) y un 24,02% hasta 2017 (707 euros). Otros indicadores salariales, como el coste salarial total por trabajador que proporciona la Encuesta Trimestral de Coste Laboral del INE cifra el aumento en el 5,4% entre 2008 y 2016, y el salario medio a tiempo completo en empresas con más de 10 trabajadores aumentó un 21,5% desde el año 2007 (21.989 euros) hasta 2016 (26.710 euros), y un 11,94% entre 2008 (23.252 euros) y 2013 (26.027 euros). La Encuesta de Estructura Salarial del INE indica que los funcionarios, cuyos salarios exceden en un 35% a los del sector privado, descendieron un 1,2% entre 2010-2014. En conjunto, se puede afirmar que los asalariados que lograron mantener su empleo mejoraron o mantuvieron su poder adquisitivo. 
El número de ocupados cayó algo más de 3,7 millones entre 2008 y 2014 y la recuperación sólo ha creado 1,5 millones en los tres últimos años. Hay 550.000 empleados menos por cuenta propia y 1,7 millones menos trabajadores asalariados. En el mejor de los casos, las prestaciones y los subsidios a los desempleados han podido paliar transitoriamente el desplome de sus rentas, pero no evitarlo. Además, la recuperación no ha supuesto, para los afortunados que han encontrado trabajo, volver a sus antiguos puestos, sino aceptar empleos en actividades con salarios inferiores. En el primer trimestre de 2017, sólo el sector servicios presenta un balance positivo, con 220.000 ocupados más que en el mismo periodo de 2008, mientras que la industria arroja la pérdida de casi 800.000 empleos y la construcción de cerca de 1,6 millones. No hay razones para pensar que el empleo en esos sectores vuelva a niveles de 2007-2008. 
Dentro de los asalariados, los parados más jóvenes sufrieron el mayor castigo y su situación continúa siendo penosa pese a la recuperación económica. Basta con comparar el número de asalariados en el cuarto trimestre de 2016 con las del cuarto trimestre de 2007 para hacerse una idea de la magnitud de la debacle producida por las dos recesiones en los trabajadores entre 16-19 años (-257.400), 20-24 años (-799.200), 25-29 años (-1.120.800) y 30-34 años (-973.500). En total, hay 3.140.000 asalariados menos en estos cuatro grupos de edad donde se concentra el 37% de los 4,3 millones de parados, aunque sólo representan al 27% de los activos, y presentan tasas de paro muy superiores a la media. La conclusión es que los jóvenes que se incorporan ahora al mercado con edades entre 16 y 24 años tienen muchas menos oportunidades de encontrar un empleo que hace una década; y que quienes se incorporaron hace una década tienen mayores dificultades para desarrollar una carrera profesional, por modesta que ésta sea. 
Algunas propuestas 
No existe una fórmula maestra para acabar con el paro, especialmente el juvenil, y mejorar los salarios. Los empleos de calidad por los que claman los sindicatos y algunos partidos ‘nuevos’ no llegarán si no los crean las empresas y alguna dificultad habrá para que no hayan surgido ya. Resulta ilusorio creer que bastaría con que las Administraciones patrocinaran un ‘plan de choque’ o impulsaran el cambio del ‘modelo productivo’ para que brotaran como champiñones “empleos con salarios dignos”. Parece más sensato apostar por apuntalar el crecimiento, promoviendo las exportaciones, reforzando el mercado interior y facilitando la creación de empresas, aunque permanezca inalterada la estructura productiva y salarial. 
Uno de los problemas que dificulta el desarrollo de una carrera profesional es la temporalidad que afecta con mayor intensidad a los trabajadores más jóvenes, y las reformas laborales de Zapatero y de Rajoy no han resuelto. La caída del porcentaje de contratados temporales fue fruto de las recesiones, no de esas reformas, y ha vuelto a crecer al recuperarse la economía. En lugar de subvencionar la conversión de contratos temporales en indefinidos, resultaría más efectivo y menos costoso permitir que los contratos indefinidos incluyan cláusulas que contemplen su extinción en caso de finalizar la obra o actividad estacional objeto del contrato, y que la indemnización por despido dependa únicamente del tiempo trabajado.
PD2: El trabajo no lo hacemos porque nos vean, porque nos den una palmadita, por ganar más dinero o ascender… Lo hacemos porque es nuestro deber y para darle Gloria a Dios. Hay que acordarse de ofrecerlo por la mañana, ya que son muchas las horas de oración que pasamos enfrascados en esto o aquello, y más cuando llegas a casa…, que seguimos trabajando en otras cosas: ayudar mucho a la mujer y educar a la prole…
Conseguimos tener una vida contemplativa al ofrecer el trabajo de cada día al Señor, o ir ofreciendo cada ratito por cosas muy concretas. Es la gran diferencia entre pelar patatas, o rezar por algo al ofrecerlo mientras pelamos patatas.