16 abril 2021

lo verde...

También contamina:

Mi coche eléctrico contamina

El deber de cuidar y conservar el medio ambiente no es nada nuevo. Es una obligación del ser humano recogida en el Génesis, el primer libro de la Biblia. Ahora, los criterios ASG (Ambientales, Sociales y Gobernanza) parecen impregnar todos los ámbitos de la inversión y de cualquier industria.

Existe el riesgo de utilizar estos loables objetivos para introducir cambios radicales en distintos ámbitos que no necesariamente cuentan con suficiente justificación científica o, al menos, son discutibles. Uno de estos campos controvertidos es la consideración del coche eléctrico como la solución a la contaminación de los coches de combustión (gasolina, diésel y gas). Andy Palmer, exdirectivo de Aston Martin y Nissan, señalaba recientemente que se debería tener prudencia en considerar el coche eléctrico como la solución para un futuro más limpio en el transporte, añadiendo que "los gobiernos deberían permitir a los científicos encontrar las mejores soluciones, no dictarlas".

El Reino Unido ya ha aprobado la prohibición de vender coches de combustión a partir de 2030. En España, la reciente ley de cambio climático incluye la prohibición de fabricar y matricular coches diésel o de gasolina a partir de 2040.

El resultado de todo este ruido, tanto a nivel nacional como europeo, es una enorme incertidumbre que lleva a los compradores a retrasar su decisión de compra de nuevos vehículos. Ello genera un envejecimiento del parque móvil, que sí aumenta la contaminación de forma considerable. Lo que más contamina no son los coches de diésel en sí, sino los vehículos antiguos. De acuerdo con los datos de la DGT, dos tercios del parque automovilístico español (más de 20 millones de vehículos) tienen más de 10 años y casi el 20% (más de 6 millones) tiene veinte años o más.

Erróneamente se considera que un coche eléctrico no contamina porque no expulsa ningún gas contaminante por el tubo de escape. La contaminación generada por un vehículo debe medirse teniendo en cuenta la fabricación del vehículo, sus baterías, el desguace al final de su vida útil y la contaminación producida al generar la energía para cargar las baterías en el caso de los vehículos eléctricos. No analizarlo así es dar un resultado parcial y sesgado del impacto medioambiental de cada vehículo determinado.

Cuando la mayor parte de la producción eléctrica proviene de fuentes contaminantes, es ingenuo considerar que la recarga (diaria) de las baterías de los coches eléctricos no contaminan. Adicionalmente, tanto la extracción de los metales necesarios para la fabricación de las baterías (cobalto, litio, tierras raras) como el reciclado de las mismas al final de su vida útil, generan serios problemas de impacto ambiental.

El IFO, instituto alemán de Investigación Económica, señala en un estudio que los vehículos eléctricos emiten entre un 11% y 28% más de CO2 que un vehículo diésel análogo, debido al alto consumo energético necesario para la producción de las baterías y al mix energético alemán, con un 40% de energía procedente del carbón. Dichos cálculos varían en función de cuántos kilómetros se considere que recorre cada tipo de vehículo y del mix energético del país que se considere.

La Agencia Europea del Medio Ambiente, en un estudio publicado, concluye que producir un coche eléctrico, incluyendo su batería, contamina más de un 25% más que producir un coche de combustión.

Fuente: Agencia Europea de Medio Ambiente

A base de repetir hasta la saciedad el mensaje consistente en que el vehículo eléctrico no contamina y es la mejor solución para el medio ambiente, ha calado en la mayor parte de la población y de las entidades. De hecho, hace un año y medio yo personalmente compré un coche eléctrico. Ahora soy consciente de que mi nuevo coche contamina, y no necesariamente menos que otros vehículos de similar tamaño de gasolina o diésel. No todo es tan verde como aparenta ser.

Abrazos,

PD1: lo he visto muchas veces, pero me sigue gustando tanto. Son una reglas de convivencia para vivir en “armonía”. Para mi son una normas de amar al prójimo, donde falta la de rezar por los demás: