Dos asesores lo cuentan así:
Si juzgáramos cómo va el mundo económico por el comportamiento de los mercados bursátiles europeos en las seis primeras semanas de este año, podríamos llegar a pensar que estamos al borde de una auténtica catástrofe. Los titulares de la prensa recuerdan los partes bélicos. La economía china se desploma, ello arrastra a la baja el precio del petróleo, la caída del crudo arruinará a muchas petroleras no convencionales que no pagarán sus deudas, llevándose por delante el sistema financiero mundial y provocando una gran recesión. Y todo ello sin contar que en esta concatenación de desastres algunos de los principales afectados son los rusos y los árabes que tienen, literalmente, muchos frentes, incluidos los bélicos, abiertos. Diríase que estamos al borde del crac del 29, que generó una recesión que desembocó en una guerra mundial que solo pudo darse por terminada tras la matanza de millones de personas, las últimas con bomba atómica incluida.
¿Por qué ha caído entonces la bolsa con tanta fuerza? Porque la bolsa es así. Ya lo hizo el año pasado un par de veces, y volverá a hacerlo el año que viene, y el siguiente, y el de más allá. Se llama volatilidad y es el precio que hay que pagar para obtener rentabilidad.
Afortunadamente este razonamiento rayano en la histeria en Europa no se ha trasladado con la misma intensidad a Estados Unidos, donde están las compañías petroleras que presuntamente quebrarán, los bancos que les han prestado dinero y que deberían desencadenar la tormenta financiera y los ejércitos que acabarán tirando las bombas en las zonas de inminente conflicto. Cuando en Europa las bolsas caen a dos dígitos y pierden un tercio de su valor desde sus máximos del año anterior, en Estados Unidos apenas ceden un 5% en lo que va de año y se sitúan a menos de un 10% de sus precios máximos históricos. Parece que en el enjuiciamiento de potenciales catástrofes los norteamericanos tienen una cabeza un poco más fría. Porque caer menos de un 10% desde máximos es algo perfectamente normal en bolsa, no es necesario que haya pasado nada para que suceda. Y es que, de verdad, nada nuevo ha sucedido.
Todos sabíamos desde hace muchos trimestres que China crecería algo menos, que crecer a dos dígitos cuando el tamaño de su economía ya ha alcanzado, en orden de magnitud, el de la eurozona o el de Estados Unidos, es imposible y que seguir creciendo a dígito alto sigue siendo algo que tiene mucho mérito. Como lo tiene que, en enero de 2016, las ventas de coches sigan aumentando al 13% (incluyendo incrementos del 50% en marcas como Mercedes). Todos sabíamos que con un petróleo por debajo de 50 dólares el barril, las compañías de fracking no ganan dinero. Todos conocíamos la morosidad, reconocida, no ocultada y convenientemente provisionada y supervisada por el BCE de la banca italiana, que es menor en el último trimestre que en los inmediatamente anteriores.
No hay nada nuevo. No hay nada extraño. Los resultados publicados por las grandes compañías norteamericanas y europeas son muy parecidos, incluso algo mejores, a los que preveía la comunidad de analistas.
¿Por qué ha caído entonces la bolsa con tanta fuerza? Porque la bolsa es así. Ya lo hizo el año pasado un par de veces, y volverá a hacerlo el año que viene, y el siguiente, y el de más allá. Se llama volatilidad y es el precio que hay que pagar para obtener rentabilidad.
Y el otro, lo mismo:
Si les tuviera que explicar el comportamiento de la Bolsa durante la semana pasada tendría que mirarlo. Tras tantas idas y venidas, no sé bien si cerramos la semana en positivo o en negativo. Intuyo que acabó subiendo, aunque para el análisis que aquí pretendo no resulta relevante. Más allá de los vaivenes, a los que parece que nos vamos haciendo, he renunciado a entender las últimas caídas. Asumo, por tanto, que no soy capaz de explicarlo.
En esa línea, les invito a hacer un ejercicio absolutamente inútil pero -como todos los males de mucho- reconfortante. Imagínense que estuviéramos en verano de 2012 ¿lo recuerdan? La prima de riesgo saltando por los aires, el sistema financiero español recién rescatado, Draghi saltando a la arena, la Bolsa española en mínimos de mucho tiempo, etc. Imaginen a continuación que el genio de la lámpara les dijera que en el arranque de 2016 la prima de riesgo en España iba a estar en 140, el bono español a diez años por debajo del americano, la economía creciendo por encima del 3%, el precio de la vivienda recuperando, la sostenibilidad del euro –lógicamente- fuera de toda duda, el precio del petróleo a 30 dólares y los resultados empresariales disparándose, entre otros. ¿En qué nivel creen que hubiera dicho que estaría, por ejemplo, el Ibex 35? Y ahora miren dónde está. Sí, sólo un poco por encima de los mínimos de aquel año. Sin entrar en grandes disquisiciones técnicas, intuitivamente se puede uno tirar a la piscina y afirmar que hay algo que falla. No tiene mucho sentido que nuestro mercado de valores esté prácticamente a los mismos niveles que en 2012, cuando España estaba a las puertas de un rescate y acumulaba portadas internacionales. O a los mismos niveles que en el año 2008, cuando lo que estaba en juego era el sistema financiero mundial.
Los que nos dedicamos a esto, cuando explicamos porqué hay que estar invertidos en Bolsa, argumentamos que la bolsa da rentabilidades anuales compuestas de entre el 8 y el 10%. Teniendo en cuenta las valoraciones actuales, la rentabilidad potencial de los valores españoles a corto plazo –esto es, que se normalice la percepción de riesgo- es mayor, mucho mayor. Dicho de otra manera, si hoy no está dispuesto a comprar Bolsa, no la compre nunca.
¡Que acierten ambos! Abrazos,
PD1: Y sin embargo sí pasa, tanta liquidez en el sistema por las medidas de estímulo de los bancos centrales ha provocado que los rendimientos públicos de los bonos estén en negativo. Mira Alemania cómo se japoniza. Ya tiene el rendimiento de sus bonos a 10 años al 0,10% de interés. Demencial!!! Sí, se financia gratis, luego los políticos pueden hacer muchas más tonterías que si les costase el dinero. Aceptar no hacer ajustes presupuestarios como nos pasa a los del Sur… :
PD2: La confesión, en 10 frases del Papa
Presentamos una selección de diez frases sobre el sacramento de la Penitencia, en el contexto del Año de la Misericordia, tomadas de las respuestas del Papa Francisco al periodista Andrea Tornielli (El nombre de Dios es misericordia, Ed. Planeta):
1. Me oigo decir a los confesores: Hablad, escuchad con paciencia y sobre todo decidles a las personas que Dios las quiere bien. Y si el confesor no puede absolver, que explique por qué, pero que dé de todos modos una bendición, aunque sea sin absolución sacramental. El amor de Dios también existe para quien no está en la disposición de recibir el sacramento: también ese hombre o esa mujer, ese joven o esa chica son amados por Dios, son buscados por Dios, están necesitados de bendición.
2. Los apóstoles y sus sucesores —los obispos y los sacerdotes que son sus colaboradores— se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios. Actúan in persona Christi. Esto es muy hermoso.
3. Confesarse con un sacerdote es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús. Es una manera de ser concretos y auténticos: estar frente a la realidad mirando a otra persona y no a uno mismo reflejado en un espejo.
4. Es cierto que puedo hablar con el Señor, pedirle enseguida perdón a Él, implorárselo. Y el Señor perdona, enseguida. Pero es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en ese momento es el trámite de la gracia que me llega y me cura.
5. Como confesor, incluso cuando me he encontrado ante una puerta cerrada, siempre he buscado una fisura, una grieta, para abrir esa puerta y poder dar el perdón, la misericordia.
6. El que se confiesa está bien que se avergüence del pecado: la vergüenza es una gracia que hay que pedir, es un factor bueno, positivo, porque nos hace humildes.
7. Está también la importancia del gesto. El solo hecho de que una persona vaya al confesionario indica que ya hay un inicio de arrepentimiento, aunque no sea consciente. Si no hubiera existido ese movimiento inicial, la persona no hubiera ido. Que esté allí puede evidenciar el deseo de un cambio. La palabra es importante, explicita el gesto. Pero el propio gesto es importante.
8. ¿Qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión? Que piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa. Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios.
9. La misericordia existe, pero si tú no quieres recibirla… Si no te reconoces pecador quiere decir que no la quieres recibir, quiere decir que no sientes la necesidad.
10. Hay muchas personas humildes que confiesan sus recaídas. Lo importante, en la vida de cada hombre y de cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas. El Señor de la misericordia me perdona siempre, de manera que me ofrece la posibilidad de volver a empezar siempre.