El profesor Antonio Argandoña del IESE lo vuelve a bordar:
Las cosas que nos dan gratis
Hace unos días necesitaba conocer la fecha de publicación de un artículo de un autor poco conocido. Entré en Google, puse su nombre y algunas palabras del título y, casi en el acto, me apareció la información que necesitaba; cerré el buscador y seguí trabajando. Y luego me pregunté: ¿cuánto me ha costado esa información? En dinero, cero. Bueno, es verdad que hay un pago por el uso de la red, pero es un precio fijo: el coste marginal de mi búsqueda era cero. Y el tiempo perdido, prácticamente cero.
Y entonces me pregunté: ¿cómo aparecerá esto en la contabilidad del Producto Interior Bruto (PIB)? No aparecerá. Bueno, aparecerá mi pago por el uso del buscador, pero no mi búsqueda concreta. El lector me dirá que yo puse a disposición de otros mi interés por un tema, y que ellos se pueden aprovechar (hace unas semanas me llamó la atención un anuncio de Bassols, una empresa textil en que había trabajado mi padre cuando llegó a Barcelona, hace 90 años; busqué la información y… desde entonces, casi todas mis visitas a la web van acompañadas de un anuncio de sábanas Bassols). Pero eso tampoco aparece en el cálculo del PIB.
¿Qué quiero decir con estos comentarios? Que nuestro nivel de vida ha crecido mucho más de lo que recoge la contabilidad nacional, que mide solo lo que tiene un precio; por tanto, el rato que un pasajero del autobús pasa mirando su móvil no le aporta nada según el producto interior bruto, pero le da un servicio gratuito, que genera lo que llamamos los economistas «excedente del consumidor». La idea es interesante: si yo estaria dispuesto a pagar veinte céntimos de euro por distraerme durante mi viaje en autobús, tengo eso gratis, de modo que «me llevo» veinte céntimos que no figuran en el cálculo del PIB.
Esto tiene que ver con una entrada anterior, en que hablaba de las críticas y defensas del capitalismo. Cuando decimos que la próxima generación probablemente no vivirá tan bien como la nuestra, lo estamos diciendo con los cálculos del PIB en la mano, pero sin contar el hecho de que, cuando yo era joven, no tenía nada que hacer mientras viajaba en el autobús, mientras que los de ahora tienen algo que, además, es gratis.
Lo que no significa que su vida sea mejor que la mía. En mis viajes en autobús pensaba, hablaba con otras personas, miraba lo que pasaba en la ciudad y no me aburría. ¿Es, realmente, una mejora el tener un móvil para ver cosas que, a lo mejor, no me interesan, o no me proporcionan verdadero valor? ¿Cuél es el verdadero excedente del consumidor de lo que me ofrece mi móvil?
Abrazos,
PD1: Yago de la Cierva, escribe sobre presentar la fe de forma atractiva y me parece muy interesante. Si quieres leerlo entero aquí:
Hay que aprender a presentar la fe de forma atractiva
La constatación de que a veces los peores amigos de la fe somos los mismos católicos, y que basta escuchar a algunos de nosotros para salir corriendo, es lo que dio origen a Catholic voices, una especie de movilización de laicos para aprender a presentar la fe a los alejados de manera tal que no se sientan rechazados y huyan, sino todo lo contrario: que les pique la curiosidad, y se sientan atraídos a saber más.
El proyecto nació con un objetivo inmediato: que personas de todo tipo (maestros de escuela, médicos, empresarias, abogados, periodistas, enfermeros, y hasta políticas) pudieran intervenir en los medios de comunicación como católicos, que en vísperas de un viaje papal tenían mucho interés en cualquier cosa relacionada con la Iglesia católica, máxime si era controvertido: la homosexualidad, los abusos de clérigos o el machismo institucional por rechazar el sacerdocio femenino.
En su origen ‘Catholic voices’ cubrió una necesidad de los medios
Pienso que esa misión originaria, de atender a necesidades ocasionales de contar con participantes en programas de radio y televisión con motivo de algún acontecimiento excepcional (una visita papal, un gran evento eclesial, un referéndum sobre una ley decisiva), mantiene toda su vigencia. Hoy existen voces católicas en más de 17 países, que intentan salir del clericalismo de los que piensan que hablar en nombre de la Iglesia es propio solo de clérigos, como tampoco lo son la dirección de los proyectos de evangelización, la administración de los bienes de la Iglesia o la enseñanza de la teología. En ese sentido, voces católicas es una manifestación más de madurez del laicado católico, a cincuenta años del concilio Vaticano II.
Al mismo tiempo, resulta evidente que saber defender la fe sin levantar la voz no es solo necesario para participar en debates televisivos y radiofónicos. Es algo fundamental para todas las circunstancias en las que un católico se siente interpelado por sus amigos, sus colegas de trabajo y sus parientes cercanos.
Las ocasiones suceden a diario: un compañero ha leído que un sacerdote ha sido arrestado por abusos a un menor, o que un obispo ha dicho que la homosexualidad es una enfermedad que tiene cura, y te interpela: «¿tú eres católico, verdad? ¡Explícame esto, porque me parece medieval lo que pensáis!»
Este nuevo enfoque ayuda a cristianos corrientes a ver esas circunstancias no como una amenaza sino como una oportunidad preciosísima de presentar la fe, y a enfrentarse con seguridad y confianza al desafío que suponen.
Nada menos cristiano que desaprovechar esas oportunidades en la que somos preguntados, aunque a veces de manera algo agresiva. Como decía Benedicto XVI, el catolicismo es la religión de la razón, donde todo, absolutamente todo, tiene una explicación. Como dijo el papa alemán, «creo porque es razonable». Huir del debate sería como salir corriendo ante alguien que, con palabras de san Pedro, «nos pide razón de nuestra esperanza», nos pregunte por qué creemos lo que creemos, por qué vivimos como vivimos, por qué celebramos como celebramos.
Cuando los focos de la controversia se centren en nosotros, no hemos de apagarlos ni escondernos, sino tomarlos como una oportunidad. Cuando la Iglesia sale en las noticias, unos se asombran, otros se indignan y no faltan quienes se escandalizan. En ese momento la gente está interesada: tienes su atención. Aprende a aprovechar el instante.