El empresariado español, magníficamente remunerado, no acaba de generar valor para sus accionistas, que es de lo que se trata, que para eso se les paga tanto. Las cotizaciones de sus empresas pierden capitalización, pero no pasa nada. Esto lo denuncia el periodista Cacho en su último artículo que te copio:
Una noticia ha llamado especialmente la atención en este ferragosto. Una noticia cuando menos curiosa. El comunicado emitido por Business Roundtable, una de las grandes organizaciones empresariales norteamericanas, con multinacionales en su seno tan notorias como Apple, JP Morgan, Exxon o Amazon, cuestionando los principios filosóficos sobre los que tradicionalmente se ha asentado el capitalismo, el primero de los cuales pivota sobre la maximización del beneficio como objetivo número uno a perseguir por toda empresa que se precie. La creación de valor para el accionista. Pues no, ahora resulta que no. Para los multimillonarios capitanes de empresas asociadas al Business Roundtable, el accionista debe perder su condición de protagonista indiscutible de la empresa para pasar a compartir su viejo estelar protagonismo con trabajadores, clientes, proveedores y comunidades en las que operan. El accionista se convierte así en uno más de los vectores que intervienen en la vida de la empresa. “Cada una de esas partes es esencial”, afirma el comunicado. “Nos comprometemos a crear valor para todos ellos, por el éxito futuro de nuestras compañías, nuestras comunidades y nuestro país”, lo que incluye “compensar a los trabajadores de manera justa, así como proteger el medio ambiente con prácticas sostenibles, fomentar la diversidad, la inclusión, la dignidad y el respeto”. “Estados Unidos merece una economía que permita a la gente alcanzar el éxito mediante la creatividad y el esfuerzo personal, y llevar una vida con dignidad”.
¿Y qué piensan de esto las empresas españolas? ¿Qué opinión han manifestado al respecto las grandes compañías que forman nuestro Ibex 35? De momento, no han dicho esta boca es mía. Ni están, ni se les espera. La CEOE, desaparecida en combate desde los ya lejanos días con José María Cuevas al frente, no está para otra cosa que no sea templar gaitas con el Gobierno de turno, sea de derechas o de izquierdas. Puro seguidismo. Nulo papel de liderazgo. Y nuestros grandes empresarios tienen problemas muy directos e inmediatos de los que ocuparse antes de enfrascarse en libros de caballerías. En realidad, hace tiempo que los capos del Ibex se olvidaron del papel estelar que el accionista debe jugar, por derecho propio, en la vida de la empresa, y de la obligación de maximizar su inversión que cualquier gestor asume al acceder al cargo. La pura verdad es que si el accionista fuera en España el rey de la empresa, la mayoría de nuestros CEO tendrían que haber dimitido hace tiempo, al menos a tenor del comportamiento de la acción en Bolsa. Las cotizaciones, por los suelos. Telefónica cotiza hoy en torno a los 6,30 euros acción, cuando en julio de 2000, momento en el que Villalonga cedió los trastos a Alierta, lo hacía a 20,96 euros y capitalizaba 81.000 millones frente a los 32.700 actuales. El Santander cerró el viernes a unos miserables 3,44 euros, cuando en enero de 2008, poco antes de hacerse presente la crisis, rozaba los 12 euros, y el BBVA permanece atascado en los 4,30 euros, siendo así que en enero de 2000, tras la fusión BBV-Argentaria, valía en bolsa 13,45 euros.
No hay noticia, que se sepa, de que los directivos de esas empresas, así como los miembros de sus consejos de administración, hayan reducido los emolumentos que perciben por razón de su cargo en la misma proporción, o siquiera parecida, a la caída de las cotizaciones bursátiles. De hecho, siguen cobrando lo mismo o más, como revelan las memorias corporativas dadas a conocer hace poco más de un mes. Tan cerca como el lunes pasado supimos que el Santander elevó en 2018 a 42,4 millones la cobertura del seguro de vida de su presidenta, Ana Botín (22,7), y de su consejero delegado, José Antonio Álvarez (19,7), según información remitida por el banco a la SEC americana y que ni el Santander ni el resto de la banca española detalla en los informes que envían a la CNMV. Pasar de una cobertura en seguro de vida de 7,5 en 2017 a 22,7 millones en 2018 para Botín, y de 6 a 19,6 millones para Álvarez, se debió, según el banco, a una “remodelación de su política de remuneraciones a los primeros ejecutivos” forzada por la exigencia de la Autoridad Bancaria Europea (EBA) y del BCE, alarmadas por las cifras escandalosas destinadas por la banca al pago de las pensiones de sus altos ejecutivos. A finales de 2018, la heredera de la saga Botín, que ese año ganó más de 11 millones de euros –casi a millón por mes-, acumulaba una pensión de 46 millones, por 16,6 de su consejero delegado.
Francisco González, ex presidente de BBVA, se jubiló –a la fuerza ahorcan- en septiembre de 2018 con una pensión de 79,7 millones, cifra a la que habría que sumar las acciones recibidas año tras año como retribución variable y cuya valoración rondaba entonces los 30 millones. En total, cerca de 110 millones. En realidad, nuestra elite corporativa se ha olvidado tanto y tan radicalmente de sus accionistas y de su obligación capital para con ellos, que han terminado por convertir las empresas que dirigen en algo parecido a cortijos personales donde todo desafuero está permitido, con independencia de los niveles salariales medios imperantes. Solo así se explican episodios como los que hemos conocido en el último año y pico, ocurridos en el BBVA desde que en 2004 FG contratara los servicios del ex comisario Villarejo para defender al banco del asalto que pretendían, con apoyo del Gobierno Zapatero, un grupo de empresarios de la construcción, pero que en realidad sirvió al banquero para blindar su presidencia mediante el espionaje de todo aquel que a su criterio fuera susceptible de figurar entre sus enemigos potenciales.
Se han olvidado de los accionistas y lo han hecho desde siempre también de las sociedades en las que viven y gracias a las cuales pergeñan sus cuentas de resultados. Jubilar anticipadamente a personas en lo mejor de su edad productiva, a menudo en torno a los 50 años, para sustituirlos por empleos de menor coste, no es precisamente preocuparse de “la comunidad” en la que viven. Lo han hecho de forma inveterada todas las grandes empresas españolas, a menudo con coste compartido para la Seguridad Social. El último, el expediente de regulación de empleo (ERE) lanzado por el Santander para soltar lastre del Popular, al que los empleados se han adscrito de forma masiva hasta el punto de rebasar ya la cifra de 11.000. Uno de cada tres trabajadores de la plantilla de Santander España se ha acogido ya a un ERE planteado en condiciones muy ventajosas. “La reacción es tal que en algunas sucursales se han apuntado todos los empleados”, aseguraba David Cabrera en Vozpópuli, antes de preguntarse “¿qué está pasando en el Santander para que tantos de sus empleados quieran dejar el banco?”.
El miedo a hablar
Más importante aún es el olvido de la función de liderazgo social derivada de su condición de responsables de gran parte del empleo privado existente en nuestro país. El miedo a hablar, inveterada querencia de un empresariado que solo se siente cómodo hablando a la luz de las velas, paralizado en general por el pánico a la reacción del Gobierno de turno que es quien maneja, vía BOE, la tarifa de la que muchos dependen, les ha llevado históricamente a cerrar el pico ante todo tipo de dislates gubernamentales cometidos con el déficit, la deuda o el gasto público que las genera. Lo sorprendente es que ese sometimiento auspiciado por la cobardía y el miedo ha sido sustituido en fecha muy reciente por un tan acomodaticio como suicida ensamblaje a la ideología basura de moda: el feminismo, la guerra incruenta del género y la batalla por el cambio de clima climático. Y también aquí Ana Botín se ha revelado como campeona nacional del oportunismo más ramplón, tanto más llamativo cuanto que ella no importa nada como ciudadana particular y sí todo, o casi, como líder del grupo financiero más importante de España y quizá de la Unión Europea. La posición de la banquera en la España actual asediada por mil problemas no puede ser más llamativa hasta rozar el esperpento, en razón a su condición de principal valedor del grupo de comunicación que hoy sostiene contra viento y marea el populismo rampante del Gobierno en funciones de Pedro Sánchez, un Gobierno, salvo milagro en contra, dispuesto a consolidarse con el apoyo –sea o no elecciones mediante, como parece lo más probable- de quienes lo avalaron en la moción de censura, enemigos todos de la unidad de España, lo que equivale a decir de la libertad y el progreso de los españoles.
Ana Botín o cómo pasar por la izquierda a los millonarios líderes del Business Roundtable. ¿Qué idea del capitalismo anida en su magín? ¿Qué concepción sobre el papel en la sociedad de una gran empresa financiera como la que ella dirige? ¿Se le ha ocurrido alguna vez, a tono con la democracia plebiscitaria que patrocina esa izquierda con la que ella parece comulgar, preguntar a sus accionistas sobre el papel que juega su banco como sostén del Grupo Prisa y del Gobierno Sánchez? Ni una sola voz potente y con tino entre el gran empresariado patrio capaz de alertar sobre los riesgos de la situación que ahora vivimos, sobre esa tormenta perfecta –sentencia del prusés y envite separatista, elecciones generales en noviembre, y alta probabilidad de que Sánchez sea confirmado presidente con los votos de los enemigos de la Constitución del 78- que en el corto plazo podría cernirse sobre España.
Con Ana Botín sintonizando con el sanchismo; con José María Álvarez-Pallete de perfil, su Telefónica convertida en abrevadero de datos del que se nutren los Iván Redondo & Cía para diseñar sus estrategias; con Carlos Torres (BBVA) más preocupado por salvar su culo que otra cosa tras el escándalo Villarejo; con Isidro Fainé (Caixa) empeñado, hasta que el cuerpo aguante, en ese delicado ejercicio de equilibrismo en el que es maestro, y con los eléctricos dispuestos a cualquier “sacrificio” que exija el negocio regulado del que viven, no hay nada que hacer. Camino a una importante desaceleración, no podemos esperar otra cosa que no sea más gasto público, más déficit y más deuda, utilizada, además, no en acometer reformas estructurales y acabar con los desequilibrios, no en liberalizar nuestra economía, no en afrontar los retos tecnológicos del presente, sino en mantener el chiringuito en marcha hasta que el cuerpo aguante. El mundo empresarial ha desaparecido como voz de referencia a la hora de advertir riesgos, denunciar excesos y mostrar caminos a la política y a las instituciones. Es la ausencia total de liderazgos y el sálvese quien pueda. Sin nadie al timón, la orquesta sigue tocando en la toldilla de popa.
Abrazos,
PD1: Este embarullamiento empresarial en España es un problema de ética, como cuenta Antonio Argandoña, pero sacando a relucir que lo que más importa es lo que uno hace, no lo que otros hacen mal:
La vida me engañó
No lo digo yo, eso de que «la vida me engañó». Lo dice María Marta Preziosa(aquí), a quien ya he traído otras veces a este blog, porque me gusta cómo piensa, aunque a veces su nivel filosófico supera la comprensión de un pobre economista.
«La discusión sobre ética no tiene como objetivo lograr que los otros hagan lo que tienen que hacer y solucionar el mundo. El objetivo es reflexionar sobre la propia toma de decisiones y sus condicionamientos. ¿Y esta reflexión para qué sirve? Para tomar mejores decisiones, elecciones más libres, más auténticas, más humanas donde el otro sea considerado tan valioso como yo lo soy».
Me recuerda a mi colega Juan Antonio Pérez López, a quien he recordado ya muchas veces. Cuando tomo una decisión, aprendo. Si digo la verdad, aprendo a decir la verdad; si miento, aprendo a mentir. Un personaje de «Un hombre para la eternidad», la obra de teatro (y película) sobre la vida de Santo Tomás Moro, que estaba fuera de la sala donde se juzgaba a este por alta traición, habla con el testigo falso que acaba de salir, y le pregunta algo así como ¿cómo te encuentras? El otro le responde que ya puede imaginárselo: acaba de mandar a Moro al cadalso. Y el otro le contesta algo así como «no te preocupes: la próxima vez será más fácil».
Por eso, la ética no es, en primer lugar, sobre lo que los demás deben hacer, sino sobre lo que yo debo hacer, decir, pensar o no hacer, no decir o no pensar. Preziosa da sus tres definiciones personales de ética, al final de su breve artículo. Me gusta más la tercera: «la ética es el modo en que uno elige vivir la diferencia entre el bien y el mal. Es decir, la ética es mi identidad construida sobre esa diferencia».
¡Qué diferente es esa ética, la de la primera persona, yo, de la ética de la tercera persona, los demás!