No se puede y es una pena, penita, pena…
¿Y si existe un límite al estándar de vida al que un ciudadano medio puede aspirar?. Gran parte de la deuda pública y de la deuda privada que está circulando por los mercados se emitió en su momento, se adquirió, para mejorar unas condiciones de vida: inversiones, adquisiciones, obras; realizaciones que incidiesen positivamente en ese estándar de vida que, por definición, siempre debe ir en aumento. Unas deudas que se contrajeron porque no había dinero en el bolsillo para pagar al contado tales mejoras … en un entorno en el que existía un enorme exceso de liquidez, es decir, de bits de ordenador que era admitido para pagar cosas
Las inversiones se hicieron, las obras se ejecutaron; y dejando ahora al margen su conveniencia, o no, sus servidumbres y clientelismos políticos, y personales, al final se llegó al agotamiento de la capacidad de endeudamiento y al momento en que las deudas debían ser satisfechas. Y en un montón de casos las deudas no pueden ser pagadas y para una mayoría de actores no cabe ya más deuda en sus sacos.
Desandemos el camino. Si aquellas emisiones monstruosas de deuda no se hubiesen realizado, si aquellos créditos gigantescos no se hubieran contraído, el mundo no hubiese ido lo bien que fue, pero hoy el mundo no tendría ni la décima parte de problemas que tiene; el mundo sería más pobre, pero también infinitamente menos dependiente, el mundo y sus habitantes.
No, no voy por el lado de ‘¿Valió la pena?’, siempre he pensado que el pasado, pasado; pero mirando hacia atrás y visto lo sucedido la pregunta es automática: el estándar de vida al que el mundo y sus moradores pueden aspirar, ¿es ilimitado?. Es decir y caricaturizando, ¿todos tenemos que dar por descontado que tenemos que tener un Ferrari?.
La cosa tiene miga porque si se llega a la conclusión de que sí existe un límite al estándar de vida al que se puede llegar, eso supone un cambio radical en el modo de funcionamiento del sistema, es decir, del modelo vigente. Entonces, ¿sería ese reconocimiento un elemento del nuevo modelo que ya se está diseñando en los laboratorios de los diseñadores de modelos?.
Claro, se estarán preguntando que, si existe ese límite, ¿por qué la creciente concentración de producción, patrimonio, riqueza que se está produciendo de forma hiperacelerada en el planeta?. Su reflexión tiene mucha lógica, pero eso lo dejaremos para otra ocasión. De momento pueden ir pensando en lo del límite del estándar de vida.
Abrazos,
PD1: Es mi gran fracaso. Me llevo dedicando a intentar gestionar el dinero de los clientes usando fondos de inversión, el mejor instrumento y mira lo poco que he triunfado, frente a una banca que enchufaba todo tipo de activos distintos…
Es un fracaso colectivo ya que por ahí fuera, es otro cantar, si que se usan los fondos de inversión y no tanto los depósitos bancarios… Aunque ahora, con estos tipos de mierda, los clientes salen de depósitos y se meten en fondos de tipo referenciado, el siguiente timo de la banca, para no perder el depósito…
Mira qué recuerdos… Pero no salives, que esto se ha acabado y puede que para muchos años…
Actúa, haz algo mejor que tener depósitos que rentan lo mismo que el IPC…
Y los planes de pensiones en España, cuando todos sabemos que no vamos a cobrar de “papá estado” casi nada, siguen sin desarrollarse mucho. Esa mentalidad de que nos comeremos el inmueble cuando seamos pensionistas tan grande que hay en España y que es terrorífica… Mira por ahí fuera, como se piensa distinto, como es lógico y normal…
Patrimonio en planes de pensiones en % del PIB de cada páis:
PD2: Mucha inercia, como las bolsas. Cuando se mete en una tendencia es como piñón fijo…
Un amigo mío arquitecto decía, hace ya muchos años, que las casas deberían estar empapeladas, en vez de pintadas, porque el engrudo empleado para pegar al papel aguantaba mucho. Era broma, claro, pero también la economía tiene su engrudo.
La inercia forma parte de la recuperación de la economía -y, cuando llegan los años difíciles, de su empeoramiento. Un poco de aumento del consumo aquí, la compra de unas máquinas allá, un crecimiento en las exportaciones… van afianzando la recuperación, primero en unas empresas, luego en otras, en otros sectores, en otras zonas…
Claro que la inercia tiene también sus límites, como explico en ese artículo, porque hay fuerzas que tienden a frenar los avances. Algunas son fuerzas naturales, incluso positivas. Cuando la economía adquiere velocidad, los tipos de interés tienden a subir y la moneda tiende a apreciarse, y esto frena el avance. Y es algo bueno, porque evita el excesivo recalentamiento y la adopción de decisiones equivocadas: cuando el tipo de interés es muy bajo, cualquier proyecto es rentable, pero dejará de serlo cuando los tipos suban.
Otro factor que frena el crecimiento está dentro de los procesos productivos: cuando aumenta la producción, los costes crecen, la calidad de los nuevos contratados es, probablemente, menor que la de los anteriores, las máquinas trabajan a más ritmo y se estropean más… En definitiva, la capacidad de crecimiento tiene un freno por el lado de la oferta.
Hay dos factores más. Uno, muy importante: el marco legal e institucional dificulta los avances: falta de competencia, barreras de entrada, dificultades a la creación de empresas… El último es ocasional, pero puede ser relevante: una bomba en un museo de Túnez puede echar a perder el año turístico, y la incertidumbre sobre la permanencia de Grecia en el euro puede dejar sin fondos a sus bancos.
Vale la pena entender que la economía tiene mucha inercia, y sus límites.
PD3: Interesante este artículo filosófico de la crisis que vivimos y que nadie entiende:
Llevamos en España unos siete años quejándonos amargamente de la crisis que nos atenaza –crisis múltiple: económica, política, social y hasta moral– pero todavía nadie ha llegado a ofrecer una solución apropiada y debidamente validada, que, al menos, nos invite a ver la luz al final del túnel. Limitarse a lo puramente económico es tentador pero nos dejaría a medias. A fin de cuentas, basta con que baje el precio del petróleo y tire el mercado exterior para que tengamos la sensación de que tenemos algo más lleno el bolsillo. En eso mismo, de hecho, es en lo que ha consistido la recuperación rajoyana. Pero aunque el barril se quedase por siempre en los diez dólares, llegasen cien millones de turistas y los alemanes comprasen compulsivamente todo lo que producimos eso no nos sacaría del marasmo en el que nos encontramos, de esa visión negativa de la realidad, ese pesimismo crónico, ese creerse en un fin de siglo permanente tras el cual vendrá, inevitablemente, el colapso. Hay en la actitud española frente a la crisis cierto fatalismo religioso que no contribuye a nada pero en el que parecemos encontrarnos muy a gusto.
La falta de respuestas viene de otra carencia mucho peor: el no saber cuál es la causa de que nos encontremos en crisis. Atacamos las consecuencias, ya sabe, que si la corrupción, que si el déficit, que si los impuestos, que si los recortes… pero ignoramos las causas que las han provocado. Nuestro problema, en definitiva, no es solo de orden económico, ni solo político, nuestro problema es de orden filosófico. El consenso sobre el que se levantó todo el edificio nacional es erróneo por lo que, como en un sistema informático, si basura fue lo que entró, basura es lo que ha terminado saliendo. El llamado “bien común” por ejemplo es algo que no existe. El común no es más que una suma de individuos, cada uno con sus preferencias individuales e intransferibles. Cuando el “bien común” se considera por encima del bien de los individuos tomados de a uno, lo que sucede es que las preferencias de unos prevalecerán sobre las de otros que, al fin del proceso, no serán más que animales ofrecidos en sacrificio. Esto quizá les suene familiar a los contribuyentes, a los empresarios –los pequeños, los grandes y los unipersonales– y a todo aquel que, literalmente, trabaja medio año o más para satisfacer las necesidades de otros a quienes no conoce y con los que no guarda ningún tipo de relación más allá de compartir el emisor del pasaporte.
Para mantener la estafa inmensa del “bien común” –prima hermana de otra de semejante calibre que denominan “contrato social” con gran engolamiento de garganta– apelan a las buenas intenciones. El Gobierno, por ejemplo, legisla sin descanso y con inmejorables intenciones. Ponga aquí la ley que más le guste, todas sin excepción vienen guiadas por la bondad de intenciones del legislador. Ahora bien, ignoran una ley de cumplimiento inexorable: la de las consecuencias no deseadas. En España esa ley no escrita nos ha machacado. Hemos redefinido el bien moral solo en base a las intenciones y no a los resultados. Así, los subsidios agrarios, que mantienen a buena parte de Andalucía sumida en el clientelismo y la mediocridad, no se juzgan por esto último, sino por las buenas intenciones que asisten a quienes los planifican y los entregan previa obediencia ciega por parte de los receptores.
Sigamos con los ejemplos. La sanidad debe ser universal y sin coste para el usuario. ¿Sin coste? En el mundo real la medicina es un servicio especializado y muy costoso, entonces, ¿acaso mi derecho a recibir atención médica es mi derecho a que un doctor me atienda sin compensación? No exactamente, pero sí algo muy similar, es consagrar el “derecho” a que otro corra con mis gastos médicos sin que medie su voluntad. Ídem con el “derecho a la vivienda”. Para satisfacer ese presunto derecho hay que obligar a unos a que le paguen la casa a otros. Podríamos continuar con la universidad, el AVE, las autopistas, los polideportivos, el cine español, las televisiones autonómicas, las políticas activas de empleo, la agencia de desarrollo del flamenco… hasta llegar a la célebre renta básica que se resume en quitar a unos para dar a otros pero directamente y en metálico. Una sociedad que llega a plantearse algo tan disparatado como la renta básica es que se encuentra en estado terminal, es que ha definido ya con precisión la línea que separa a los zánganos de los obreros. Hasta donde yo se en España nos la estamos planteando muy en serio, y no solo los artífices del programa electoral de Podemos. Al final este pretendido altruismo del que todos parecen sentirse tan orgullosos nos ha conducido a la dependencia absoluta de los que quitan y dan. Ante tal flujo de dinero circulando de unas manos a otras con un agente monopolista de por medio no cabía otra que apareciese la corrupción a gran escala y la ineficiencia se convirtiese en la norma.
Así, nos encontramos con que los políticos que no son corruptos son pragmáticos y actúan en función de lo que “funciona”, es decir, de lo que les funciona en términos de conquistar y conservar el poder. El problema de lo que “funciona” es que muchas veces solo funciona a corto plazo. La burbuja inmobiliaria es un ejemplo de manual. Mientras estábamos metidos en ella todos eran felices, luego vinieron las lágrimas. Endeudarse hasta las cejas estaba muy bien hasta que el maná crediticio se secó. Entonces no se culpó a los que se habían endeudado con temeridad, sino a los bancos que se negaban a refinanciar pasivos. Unos bancos, dicho sea de paso, que habían actuado con idéntico cortoplacismo, especialmente los de titularidad pública. El consenso fundamentado sobre resultados rápidos a corto plazo adolece de eso mismo y, lo que es peor, termina contagiándose a todo el cuerpo social. España es hoy un país de cortoplacistas incurables. No es que se viva de hoy para mañana, es que solo se piensa en el siguiente minuto con un hedonismo infantil que sonrojaría a nuestros abuelos. Esto afecta por igual a los líderes políticos y a los empresariales, de ahí que se endiose el consumo o que el ahorro esté tan mal visto y que cualquier propuesta de hiperfiscalizarlo concite el aplauso entregado de la concurrencia.
La mentalidad del almuerzo gratuito aquel del que hablaba Friedman ha terminado por imponerse entre nosotros. Cuando el almuerzo es gratis no hay que preocuparse por nada, simplemente se trata de poner la mano. Esto implica olvidarse de la responsabilidad personal, que pasa a ser un recuerdo engorroso de tiempos antiguos, cuando uno era responsable de su propia vida. En España nadie tiene la culpa de nada. El infierno son siempre los otros. Con este esquema bien arraigado entre los jóvenes y los que no lo son tanto pero a fuerza de repetírselo creen que lo son, todo lo que podemos esperar es que sucumbamos a la tiranía de las mayorías que tanto temíaJohn Adams, uno de los padres fundadores de Estados Unidos. En cierto modo ya hemos sucumbido o lo estamos haciendo a cámara lenta. La idea de la igualdad mediante la ley y no ante la ley tiene más adeptos que nunca. Creen, en su infinita ignorancia, que la riqueza está dada, que se recoge de los árboles y que tan solo hay que distribuirla equitativamente. En esto todos los partidos coinciden. Solo se diferencian en que unos quieren hacer la transición de manera rápida y otros se decantan por el gradualismo. Esta la causa de nuestra crisis, lo otro no son más que efectos indeseados por lo que nada valdrá regenerar el sistema si se hace, de nuevo, con cimientos equivocados.
PD4: ¡Cuánta gente es muy simpática fuera de casa y sin embargo en casa están ensimismados! Recuerdo a mi madre que cada vez que llegábamos a casa nos contaba con todo lujo de detalles lo que le había pasado ese día. Luego llegaba otro hermano y se lo volvía a contar. Nos contaba las cosas divertidas e interesantes, no los latazos que sufría… Había quejas cuando en el salón se oía por cuarta vez el mismo rollo de mi madre, con las mismas palabras. Era su forma de ser, y a mí me encantaba. Yo siempre he intentado hacer lo mismo en casa, con mejor o peor fortuna. Recuerdo a mi padre que se levantaba de su sofá para acompañar y darle charla al que llegaba tarde a cenar… Intento hacer lo mismo, y es un gran esfuerzo. Eran muy generosos ambos.
¡Cuánta gente está ensimismada y no cuenta nada de lo que le ha pasado! No cuentan lo bueno, y sí lo malo… Cuanta gente llama por teléfono y te coloca un rollo de sus problemas y no te escucha los tuyos… No te ensimismes…, comparte tus anécdotas, cuenta lo que has hecho, lo que te ha pasado…, me interesa lo que te pasa.