En este mundo corrompido por el dinero que vivimos, me alegra leer cosas que hablan de lo contrario, de los valores, de la honradez… Que sepas que no es la costumbre. He visto en mis 30 años trabajando en los mercados financieros como asesor, como agente de banca privada, de todo… Y cuando digo de todo, lo digo con la boca llena. La gente no tiene escrúpulos y coloca lo que sea, por mor de sacar unos cuartillos al pobre diablo que tiene enfrente. Ay de la banca privada, ay!!!
A vueltas con la ética financiera
El lector habrá apreciado que, desde hace un tiempo, me intereso especialmente por los problemas éticos de la actividad financiera. Me permito hacerle llegar algunas reflexiones sobre el tema.
La ética de las finanzas es el conjunto de principios, normas y valores que guían las acciones de los agentes y las entidades financieras hacia objetivos relacionados con lo que es bueno, justo o debido, además de eficiente y rentable. Las finanzas se ocupan precisamente de esto último, de los resultados económicos de ciertas decisiones. Pero en toda acción las personas se mueven por diversas motivaciones y buscan una variedad de resultados, económicos (rentabilidad) o no económicos (adquisición de conocimientos y capacidades, desarrollo de valores).
Desde el punto de vista del agente (empleado, directivo, analista, etc.), la valoración de la moralidad de una acción debe tener en cuenta todas dimensiones de la misma, sin limitarse a proyectar unos principios éticos abstractos sobre unas realidades cuyas múltiples dimensiones se nos escaparían. Por tanto, la conducta técnica y moralmente adecuada incluye la aplicación de principios éticos y de criterios económicos.
Los principios éticos (profesionalidad, honestidad, integridad, justicia, veracidad, primacía del interés del cliente, prudencia, etc.) son comunes a todos los agentes y organizaciones, pero su aplicación debe tener en cuenta las circunstancias concretas. Por ejemplo, no es el mismo el contenido de la justicia de un gestor de cuentas, que está sujeto a un deber fiduciario para con su cliente, que el de un bróker que vende un bono a un desconocido.
Dado que la finalidad de las decisiones financieras es principalmente económica, a menudo se les atribuye una influencia corruptora de la persona que, inmersa en un entorno orientado al beneficio, puede acabar no teniendo otro objetivo que maximizar su riqueza. Esto puede ser así, pero no parece correcto atribuir esa intención a todos los agentes y entidades. En todo caso, hay que tener en cuenta que las estructuras, normas y prácticas de las empresas y los mercados financieros pueden influir en las decisiones, también éticas, de las personas. Por ejemplo, un sistema de remuneración que favorezca la multiplicación innecesaria de operaciones (churning) para generar más comisiones aun a costa de la rentabilidad para el cliente puede ser un sistema injusto –y socialmente ineficiente, aunque genere beneficios para la entidad: beneficios privados no es sinónimo de eficiencia social.
En el juicio sobre las estructuras y actuaciones de las instituciones financieras no se puede separar su dimensión moral de la económica. Un buen banco desempeña su función con calidad técnica y ética, y no cabe la excelencia técnica sin la ética, y viceversa, aunque los criterios con que se valoren una y otra sean diferentes. Y como las entidades financieras trabajan dentro de un sistema más amplio, deben tener en cuenta también el impacto de sus acciones sobre otras entidades y mercados. En concreto, deben contribuir al funcionamiento ordenado de los mercados, que son los mecanismos que coordinan las acciones de todos. Esos deberes incluyen el respeto al marco normativo y la conservación de las instituciones que promueven las conductas adecuadas y de los mecanismos de difusión de información, incentivos y competencia en el mercado.
Otro aspecto del funcionamiento de las instituciones financieras tiene también relevancia económica y ética: su capacidad de extraer rentas de otros agentes. La extracción de rentas es frecuente en los mercados financieros por la asimetría de información, la elevada concentración de las instituciones y el consiguiente poder de mercado, la presencia de regulaciones que redistribuyen los costes y beneficios, el poder de lobby para conseguir un tratamiento favorable, la opacidad de algunos productos y el progreso tecnológico, por ejemplo, en las operaciones de alta frecuencia (high frequency trading).
Me hace mucha gracia una publicidad en la televisión del Banco Sabadell, diciendo que lo que ofrecen es la honestidad en sus banqueros privados… Ojalá sea cierto y cunda el ejemplo. Este negocio está basado en la confianza y muchas veces, nos sentimos engañados…, o dudamos de la misma. Abrazos,
PD1: Interesantes cosas sobre el matrimonio que escribe Xavier Bringué Sala:
En el matrimonio no se cede, se DA.
Porque lo que ocurre cuando uno dice "sí" es que se convierte en parte del otro, le da todo lo que tiene que ver con el ser hombre y el ser mujer, con lo conyugable. Y es realmente absurdo ceder algo que ya no es tuyo porque lo has dado. Es como reclamar un regalo ya hecho... Una idea que puede servir es pensar que los que tienes delante y te escuchan están enamorados. Pregúntales y te dirán que sí... Entonces si están "en-amor-dados" al otro, ¿qué puñetas quieren ceder?
En el matrimonio no se concilia, se INTEGRA.
En el matrimonio no hay nada que conciliar si ya está todo dado: todo lo que afecta al proyecto de mi matrimonio queda integrado dentro del mismo. ¿a alguien se le ocurre decir "a ver si consigo conciliar mi trabajo con la educación de los hijos" o cosas parecidas? El proyecto más gordo, el compromiso más gordo que uno tiene es su matrimonio. Y se supone que ha llegado hasta ahí de forma responsable y voluntaria. Por lo tanto, hablar de conciliar es una inmadurez. La idea es que mi trabajo, mis aficiones, mi vida -menos lo que es íntimo de mi conciencia ante el Altísimo- queda supeditado -INTEGRADO- en el proyecto que tengo con la otra persona y que se llama matrimonio...
Somos marido y mujer pero, sobre todo, somos CONSORTES.
Aunque ya no se use mucho, una vez casados se puede definir al otro como “mi consorte”. No se usa pero su significado es muy interesante: “consorte” significa “con la misma suerte” “con el mismo destino”. Es decir, hemos decidido compartir con la otra persona un mismo destino común a través de un proyecto que se llama matrimonio. Ambos tenemos el mismo destino. Y por eso, cuando nos enfadamos por algo, cuando ese destino común da indicios de querer ser individual, cuando decimos que "la otra o el otro me quita libertad" se nos queda cara de gilipollas...
Una vez casados, el amor pasa de SUPERAVIT a DEUDA.
Cuando decimos “sí”, en ese momento, ocurre una donación plena y total al otro –en lo que afecta a ser hombre y a ser mujer-. Ya no somos un tú y un yo, dos seres distintos que se quieren. Somos un “co-ser”, formamos una unidad porque nos hemos dado. Y como nos hemos dado, surge una deuda de amor: debo quererte. Es pasar del “nos queremos, debemos casarnos” al “estamos casados, debemos querernos”. Por lo tanto, es IMPORTANTE entender que estar casado es estar siempre en DEUDA. ¿Y cuál es el tamaño de esa deuda? Pues resulta que es mucho mayor que la que tiene ahora España: es lo que le debo a mi marido o a mi mujer por haber decidido, de forma libre y voluntaria, darse. La donación, el regalo es toda su persona… ¡menuda deuda, no!
Y, si lo que le he dado al otro es lo más profundo de mi ser, si el regalo soy yo y lo hago por amor, lo lógico es intentar mejorarlo. ¿A quién se le ocurre regalar una mierda de pulsera su mujer? Pues aquí lo mismo, cuanto mejor sea uno para regalarse, mejor irá vuestro matrimonio. Y eso hay que currárselo: en la iglesia entra un generoso o un egoísta, un ser sincero o mentiroso, alguien honesto o gilipollas soltero...,y sale el mismo generoso, egoísta, sincero, mentiroso, honesto o gilipollas pero ya casado. La diferencia es que cuenta con ayuda especial del Altísimo y el apoyo incondicional de la otra parte contratante.
Si no puedes cambiarlo, ACÓGELO.
Dicen algunos que las miradas de complicidad que se lanzan los novios frente al altar el día de su boda, en realidad, significan: "Ya te cambiaré, majo -o maja-". Esto no está mal, incluso a algunos les vendrá muy bien un buen cambio. Ahora bien, hay que saber distinguir qué se puede cambiar y que no, tanto de uno mismo como del otro. Lo que se pueda, cámbialo empezando por uno mismo. Y lo que no, ACÓGELO: "es que habla mucho, es que es muy tímido, es que..." pero no apuestes tu matrimonio por intentar cambiarlo...