18 enero 2016

Qué poca paciencia tengo...

España sigue teniendo 1,8 billones de euros de deuda externa, 1,3 billones son deuda privada, y continuó creciendo en la pasada legislatura. La deuda externa neta está próxima al 90% del PIB y el objetivo de estabilidad fijado por Bruselas es del 35%. Con superávit exterior del 2% del PIB, manteniendo los tipos próximos al 0% y crecimientos del PIB nominal próximos al 4% la deuda externa dentro de diez años habría bajado al 50% del PIB, 15 puntos aún por encima del objetivo y seguiría lejos de la de nuestros socios. Esta es la principal vulnerabilidad, ya que España es una economía dependiente del ahorro exterior y, por lo tanto, de los mercados financieros internacionales.

Y la deuda pública sigue su crecimiento imparable… Los que terminan no han sido capaces de frenar este desaguisado. Y los que vengan tampoco lo harán…

En porcentaje sobre el PIB, suponiendo que este sea correcto:

Y este año vence mucho dinero:

Les metía en un hotel todo el fin de semana, cerrados, sin móviles, y sin darles de comer ni de beber, para que se pusieran de acuerdo. ¿No se dan cuenta? Están mareando la perdiz demasiado. Esa estrategia nefasta de yo, yo y sobre todo yo… ¿A qué esperamos? Lo que más me desespera es cuando dicen que no pasa nada, que se pueden tirar 4 años sin formar un nuevo gobierno, que no hay que volver a pasar por las urnas y tal… ¿De verdad? Los políticos son unos impresentables…

La economía española, en la incertidumbre

Señala un viejo dicho que a menudo es una maldición vivir en tiempos interesantes. En el ámbito de la política estamos entrando en un terreno desconocido en tiempos democráticos. Esto significa que tenemos "emociones fuertes" y no precisamente estabilidad. Si esto sigue así, afectará, y no para bien, a la economía, es decir al bolsillo de los españoles.

Tras una larga y profunda crisis económica, es cierto que hemos experimentado algunas mejoras en 2015. Parte del mérito le corresponde a los factores externos, como la devaluación del euro y la política monetaria expansiva del BCE, y especialmente a la caída de los precios del petróleo. La buena noticia es que se resulta previsible que todos estos factores se mantengan a lo largo de 2016. Además, y esto es mérito de los españoles, con un enorme esfuerzo muchas empresas y familias han terminado sus ajustes: ya no consumimos e invertimos por encima de lo que ahorramos.

Sin embargo, España sigue teniendo graves problemas económicos estructurales. El primero de ellos es un mercado de trabajo desastroso, con un paro elevadísimo y sostenido. En segundo lugar, la calidad del trabajo que se está creando es muy mala: casi todo el empleo nuevo que se crea es temporal. Esto tiene muchas implicaciones en los proyectos personales de los jóvenes en España, pero además afecta muy negativamente a las Arcas Públicas. Así, con un crecimiento superior al 3%, los ingresos por cotizaciones sociales sólo crecen al 1,27%, muy por debajo de lo que crece el gasto en pensiones. Las cuentas de la Seguridad Social son un quebradero de cabeza que no está mejorando.

Por otra parte, los ingresos fiscales no van tan bien como ha ido proclamando el Gobierno. La recaudación fiscal acumulada a noviembre estaba creciendo a una tasa del 4,7%, que no está mal, pero está incluso por debajo de las previsiones de ingresos de los anteriores presupuestos. Además, las CCAA no cumplirán el objetivo de déficit. En resumen, las finanzas públicas en España siguen siendo un problema.

Además, España sigue siendo un país muy endeudado. Durante la crisis el sector privado, las familias y las empresas, han reducido su endeudamiento, pero el sector público lo ha aumentado de forma considerable hasta casi el 100% del PIB, más de un billón de euros. Este endeudamiento hay que refinanciarlo, en parte, además, en el exterior. Éste es, en mi opinión, el talón de Aquiles de la economía española.

Los posibles riesgos son: por una parte, que haya una parálisis política y que no se haga nada durante meses. Esto nos llevaría a tener un menor crecimiento económico, sin que, además, se arreglen nuestros problemas económicos estructurales. Con todo, el riesgo más grave es que los inversores empiecen a creer que no hay voluntad o posibilidad de controlar el déficit, lo que amenazaría a medio plazo la integridad de cualquier inversión en España. Esto no sólo puede pasar si el nuevo Gobierno de España aumentase el gasto sin tener una recaudación suficiente, sino también del desenlace de la situación en Cataluña.

La hoja de ruta separatista del nuevo Gobierno catalán de Puigdemont no sólo es ilegal y un ataque a la mayor parte de la población catalana que está en contra, sino un camino al fracaso económico y a la pobreza. Las medidas económicas que el nuevo president de la Generalitat propuso en el debate de investidura tendrían, si se aplicasen, un efecto devastador. Por ejemplo, la creación de un Banco Central de Cataluña, no autorizado por el Banco Central Europeo, supone en la práctica la salida de Cataluña del euro, que es uno de los objetivos de las CUP, uno de los partidos que apoya al nuevo Ejecutivo. Esto es un ataque brutal a la estabilidad financiera en Cataluña, que afectaría de rebote a toda España.

Por otra parte, el intento de crear una Hacienda propia a partir de 200 funcionarios y sin acceso al sistema de información de la Agencia Tributaria del Estado es un fracaso seguro. Si lo que se pretende es, en palabras del ex presidente Mas, que se le entreguen a la Generalitat, "las llaves de la Plaza Letamendi", entonces lo previsible es un aumento espectacular del fraude, y la consiguiente caída recaudatoria, al romperse el flujo de información, imprescindible para el control fiscal.

Abrazos,

PD1: No hay que suponer, no hay que especular con lo que piensa el otro…

"Las suposiciones son las termitas de las relaciones", ¿está tu matrimonio infectado?

En la pasada entrega de esta serie, hablamos sobre cómo puede traer el desastre a nuestros matrimonios si damos por sentado que nuestros cónyuges pueden leernos la mente.

Hoy abordaremos este problema desde la otra cara de la moneda: el intentar leer la mente de nuestro cónyuge o, dicho de otra forma, dar por sentado o asumir que ya sabemos lo que el otro o la otra está pensando.

No faltan dichos populares en torno a la idea de que “la suposición es el camino más corto hacia el error”.

No obstante, a pesar de ser una lección tan antigua como obvia, parece que el significado de este saber popular, tan persistente en el tiempo, o bien se nos escapa de las manos o hemos fracasado a la hora de adaptar su enseñanza en nuestra vidas, puesto que una de las causas más comunes del conflicto en el matrimonio es la diferencia entre lo que un cónyuge piensa en realidad y lo que el otro o la otra supone que está pensando.

Queramos o no, las suposiciones revelan mucho a nuestro cónyuge sobre cómo nos sentimos con respecto a ellos.

Imagina por un momento que acabas de volver a casa de un largo día de trabajo y encuentras que la casa está hecha un completo desastre, mucho peor de lo que está normalmente para una familia con una vida tan ajetreada como la vuestra.

Los niños están descontrolados. El más mayor está al cargo de todo y dirige el cotarro al estilo de El señor de las moscas. Mientras tanto, tu pareja no aparece por ningún lado.

Le preguntas al mayor de tus hijos dónde se encuentra su padre (o madre) y el crío responde despreocupadamente que “echándose una siesta”.

Si tu primera reacción es de ira a causa de la “pereza” de tu cónyuge, estás haciendo una asunción muy diferente de la de una persona cuya primera reacción fuera precipitarse al lado de su pareja para preguntarle “¿Va todo bien? ¿Te encuentras mal?”.

La primera reacción viene causada por la culpa, la segunda tiene su origen en el amor y la preocupación.

Padezco de un trastorno cognitivo bastante común que provoca que, con frecuencia, me despiste u olvide cosas importantes. Es algo frustrante para mi marido, que es una persona responsable y ordenada.

Durante nuestra relación, ha tenido que luchar constantemente contra la asunción de que mi fracaso constante a la hora de respetar nuestros planes sea porque, simplemente, “no me importan” ni mi familia ni llevar las tareas del hogar de forma eficiente.

Si me importara, sostiene él, no necesitaría tanta ayuda para recordar cosas como cuándo es la obra de teatro del cole o cuándo ciertas faenas requieren mi atención. Serían una prioridad natural para mí, dice, siempre estarían presentes y listas en mi mente.

No importa cuántas veces explique mi médico o nuestro terapeuta que mi cerebro, sencillamente, no funciona de esa forma. Parece que a mi marido le cuesta aceptarlo.

Por tanto, a menudo me ha acusado de mostrar indiferencia hacia él y nuestros hijos… y esta es una afirmación tan devastadora y dolorosa como alejada de la realidad.

Nuestras discusiones al respecto, como podrás imaginar, han sido recurrentes e intensas.

No soy inocente. Como me crié en un entorno familiar muy crítico y me casé con un hombre a menudo crítico también, tengo la terrible tendencia a dar por sentado que cada pregunta que me hace viene siempre cargada; es decir, que si no consigo dar la respuesta que él espera, suspenderé la “prueba” a la que me somete.

Pero a veces una pregunta no es más que una pregunta y mi marido termina irritado y cansado de mis interminables intentos por buscar el “significado verdadero” detrás de cada frase.

Mi suposición le manda un mensaje tan hiriente como el que él me manda a mí al suponer que nuestra familia no me importa. Al asumir que siempre me está poniendo a prueba, le estoy diciendo que no confío en su honradez.

En un mundo perfecto, todos dejaríamos de lado todas nuestras suposiciones y asunciones y nos comunicaríamos sólo con nuestras propias y maduras palabras.

En lugar de suponer lo que la otra persona está pensando, sencillamente preguntaríamos. En lugar de confiar en que los demás sabrán qué es lo que queremos, simplemente se lo diríamos.

Pero la comunicación requiere que nos aventuremos fuera de nuestra zona de bienestar, hacia un espacio desconocido donde cualquiera podría sorprendernos e incluso decepcionarnos.

Nos sentimos mucho más cómodos dentro de nuestras propias cabezas, donde podemos permanecer en nuestra dichosa ignorancia, mientras imaginamos que ya lo sabemos todo.

Si los riesgos de la auténtica comunicación verbal son mayores de lo que crees que puedes soportar en este momento, al menos asegúrate de comprender que tus suposiciones son, por sí mismas, una poderosa forma de comunicación.

Así que, como mínimo, intenta usarlas para reforzar a tu pareja en vez de destrozaros mutuamente.

Por pura caridad cristiana, tenemos que suponer lo mejor de los demás, así que empieza por tu cónyuge.

Cuando sientas la tentación de asumir lo peor de los pensamientos o motivaciones de tu pareja, mejor intenta imaginar una interpretación positiva.

Antes de llegar a ninguna conclusión precipitada, asegúrate de que esas conclusiones muestran el mejor perfil posible de tu esposo o esposa.

Por encima de todo, recuerda que en todo conflicto hay dos bandos y que el tuyo no siempre va a ser el correcto.