11 enero 2017

Emilio Ontiveros sobre España en 2017

Siguen las dudas sobre el tirón económico del año pasado…

España 2017: menor inercia expansiva

La situación política interna ha demostrado no limitar el crecimiento económico ni el empleo

Sin necesidad de esperar a los datos definitivos, puede concluirse que en 2016 la economía española ha tenido un comportamiento mejor que lo esperado. Se han sorteado aceptablemente dos categorías de condicionantes que no permitían hace un año cifrar grandes esperanzas sobre la intensidad del crecimiento registrado en 2015. La incertidumbre del entorno internacional, por un lado, y la interinidad política doméstica por otro, fueron condicionantes menos vinculantes de lo que al inicio del año se temía.
La relevancia del primero era importante en la medida en que gran parte de la tracción del crecimiento económico provenía de factores externos -el descenso en el precio de los hidrocarburos y la orientación expansiva de la política monetaria del BCE- y, afortunadamente, ambos mantuvieron su empuje. La situación política interna ha demostrado no limitar el crecimiento económico ni el empleo, favoreciendo incluso la adopción durante el periodo electoral de una orientación fiscal más cómplice con la expansión de la demanda interna, tanto a través de menores contenciones en el gasto público, como más directamente en las reducciones de impuestos, que contribuyeron a liberar renta disponible.
Junto a ellos, la moderación de los salarios siguió contribuyendo al fortalecimiento de la competitividad de las exportaciones españolas. Los costes laborales unitarios (por unidad de producción), el índice más expresivo de esa competitividad, siguieron creciendo menos que los de los principales competidores, a pesar del pobre comportamiento de la productividad. Esa evolución en los salarios ha sido la principal responsable de la mejora en el saldo de la balanza comercial, que junto a un año turístico nuevamente excepcional han posibilitado un saldo por cuenta corriente positivo.
Al enfrentar el nuevo año esos cómplices del crecimiento económico no disponen de la misma intensidad, como ya se han revelado en los dos últimos trimestres. Esa es la razón por la que la totalidad de las previsiones de crecimiento son inferiores al registro de 2016: un punto menos desde el 3.2% o 3,3% que se registrará en 2016. Revisemos su previsible comportamiento en este año.

1. Petróleo y dólar más caros

El barril de petróleo y la moneda en la que se denomina, el dólar estadounidense, serán más caros este año, reduciendo esa inercia expansiva. La razón fundamental es la disposición mostrada por los productores de crudo a limitar la oferta. En realidad, la combinación con la apreciación del dólar frente al euro ya ha encarecido de forma significativa la factura del petróleo a lo largo del año pasado.
La inflación acusará ese encarecimiento, acercándose al 2%, erosionando, en definitiva las rentas constantes, las de los asalariados y pensionistas. Aunque en menor medida, esa mayor inflación también se registrará en la eurozona presionando al alza los tipos de interés.

2. Política monetaria menos expansiva

El BCE ha prorrogado, contra viento y marea, la excepcional orientación expansiva de su política monetaria. Pero será algo menor, especialmente en la financiación de la deuda pública. Como consecuencia de ello, los tipos de interés a largo plazo serán más elevados, como ya hemos verificado en las últimas semanas. Estos serán igualmente sensibles a las perturbaciones geopolíticas, y a la verosimilitud que los gobiernos transmitan acerca de sus propósitos correctores del déficit público.
Aunque los tipos a corto sigan manteniendo su estrecha vinculación a los tipos oficiales del BCE, especialmente el euribor al que la mayoría de las familias tienen referenciadas su hipoteca, podríamos asistir a elevaciones graduales acompañando a la inflación.
En definitiva, el mayor servicio deuda pública y privada drenará más renta disponible. Y cualquier alteración en las muy favorables condiciones actuales de financiación podría complicar las cosas en una economía tan altamente endeudada, especialmente con el exterior.

3. Política fiscal

La relajación fiscal del año anterior será compensada en el actual. Tras sortear las sanciones de la UE por el incumplimiento repetido de los objetivos de déficit en 2017 la orientación de la política fiscal española también contribuirá a frenar la inercia expansiva. Además del aumento en el impuesto de sociedades y en los especiales, tendrán lugar reducciones de gasto público, en el contexto del compromiso con la Comisión Europea de alcanzar el objetivo de déficit del 3,1% del PIB.

4. Perturbaciones internacionales

Esa menor contribución de los factores que empujaron el crecimiento en estos dos últimos años influirá tanto en la desaceleración de la demanda exterior como más probablemente en la nacional. El consumo privado y la inversión empresarial crecerán algo menos que en 2016, acusando el menor ritmo de creación de empleo, aun cuando el paro siga bajando, aunque con menor intensidad. En ausencia de perturbaciones adicionales explican ese promedio del 2,3% en el que se sitúan la mayoría de las previsiones de crecimiento de la economía española en este año. Una tasa que sería más que aceptable si no mediaran perturbaciones exteriores que podrían limitarlo.
La nueva presidencia en EEUU es una de ellas. Las variables financieras –tipos de interés, tipos de cambio, cotizaciones bursátiles- pero también los precios de algunas materias primas, se mostrarán sensibles a las decisiones de Donald Rump. El volumen de comercio y la estabilidad financiera son vulnerables a la eventual concreción de algunas de las promesas electorales de Donald Trump, avaladas por los nombramientos más cercanos a este ámbito. El aumento del proteccionismo, la emergencia de guerras comerciales, serían consecuencias nada descartables si se cumplen los propósitos del nuevo presidente de establecimiento de elevados aranceles discrecionales a las importaciones de México o China, o de revisar algunos acuerdos comerciales.
No serán solo las desavenencias comerciales con China las que pueden enrarecer la escena global, sino las dificultades en este último país, del que dependen muchos otros, para digerir los problemas derivados del excesivo crecimiento del endeudamiento privado, parte del mismo en un dólar apreciado.
La estabilidad financiera también puede quedar amenazada si se concretan las intenciones de Trump de eliminar o reducir las regulaciones establecidas en ese sector tras la crisis. En este ámbito, la situación de la banca en la eurozona vuelve a constituirse en un centro de atención, especialmente en Italia, Portugal y la propia Alemania. Siguen siendo más que razonables las dudas acerca de la suficiencia de la ayuda gubernamental al Monte dei Piaschi, como lo son las que consideran que ese sea un problema acotado a Italia, incapaz de contaminar el conjunto de la eurozona.
No menos importante es el riesgo asociado a las convocatorias electorales que tendrán lugar en países de la eurozona. Las presidenciales francesas de forma destacada, en la medida en que las expectativas siguen amparando las posibilidades del partido de Marie le Pen cuya promesa mas emblemática e inquietante sigue siendo el abandono de Francia de la moneda única. Lo que ocurra en Alemania será relevante si se traduce en mayor tolerancia para la adopción de políticas de estímulo de la demanda agregada que alejen de una vez por todas el temor a ese largo estancamiento, no solo del crecimiento económico, sino de la más inquietante afección por el proyecto europeo. De cómo resista la eurozona esos episodios dependerá en gran medida la continuidad de la inercia expansiva española, y de la reducción del desempleo, principal y persistente preocupación de los españoles.
Abrazos,
PD1: Y el consumo es frenado por la temporalidad…

Siete de cada diez empleos creados en la recuperación son temporales

(Alejandro Meraviglia)
El segundo trimestre de 2008 marcó el techo del mercado de trabajo en España. En esos tres meses se llegó a 20,64 millones de ocupados. A partir de ahí, el descenso fue vertiginoso hasta el primer trimestre de 2014, en el que la cifra se situó en 16,95 millones. Dicho de otra manera, el balance de los seis años de crisis fue de 3,7 millones de puestos de trabajo destruidos. El empleo solo empezó a remontar a medida que regresó el crecimiento económico a España, lo que se produjo en el cuarto trimestre de 2013, en el que el avance trimestral del PIB se situó en el 0,28% del PIB. Desde esa fecha ha encadenado doce trimestres consecutivos al alza, lo que ha servido para revitalizar un deprimido mercado de trabajo.
Desde el primer trimestre de 2014 hasta la actualidad, el período en el que se puede considerar que se ha asentado la recuperación, se han creado 1,57 millones de puestos de trabajo, de los que 1,475 millones corresponden a asalariados y 102.600 a trabajadores por cuenta propia. Un ritmo medio de medio millón de empleos que el Ejecutivo de Mariano Rajoy espera mantener a lo largo de esta legislatura, con lo que la cifra global de ocupados volvería a la cifra de 20 millones alcanzados antes de que estallara la crisis económica.

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El Ejecutivo ha centrado el debate en la cantidad del trabajo, pero no en la calidad del mismo. A la devaluación salarial que han sufrido los ocupados en esos seis años de crisis le ha acompañado un deterioro significativo en las condiciones de trabajo, con un incremento significativo del trabajo temporal y a tiempo parcial. De los 1,47 millones de empleos creados entre los asalariados en la recuperación, 544.700 (un 37% del total) han sido indefinidos y 930.400 (un 63%) han sido temporales. Unos porcentajes radicalmente diferentes al anterior período en el que España creó empleo de forma continuada. Entre 2005 y 2008 se generaron 1,82 millones de empleos entre los trabajadores por cuenta ajena, de los que 1,69 millones (el 93%) fueron indefinidos y 136.000 (7%) fueron temporales.
No ha sido el único cambio entre una y otra época. Entre 2005 y 2008, 1,33 millones de los empleos creados fueron indefinidos y a tiempo completo, lo que supone un 73% de los puestos de trabajo generados en esos tres años. Entre 2014 y 2016, esa cifra baja a 478.000 contratos, lo que supone un 32,4% del total. La temporalidad ha crecido de forma exponencial y el trabajo a tiempo parcial, tanto para los contratos indefinidos como para los fijos, también ha subido con fuerza. Los datos de la Encuesta de Población Activa revelan que entre julio y septiembre de 2016 había 4,15 millones de asalariados con contrato temporal, lo que supone una tasa de temporalidad del 26,9%, cercana a máximos históricos.

Cómo varían los autónomos

Entre 2014 y 2016 se han creado 102.600 empleos por cuenta propia, con un comportamiento diferenciado. Los empleos a tiempo completo han crecido en 171.200, mientras que los ligados a una jornada a tiempo parcial han caído en 68.600.
En la consolidación de esta tendencia de precariedad también ha jugado un papel determinante la ganancia de peso que han tenido los sectores productivos con mayores tasas de temporalidad. El mejor ejemplo lo representa el sector servicios, en el que están encuadradas actividades como comercio u hostelería, en el que se han creado 1,3 millones de empleos entre 2014 y 2016, de los que 721.000 puestos de trabajo (un 55%) fueron temporales.
Salarios y mano de obra
Otro factor que ha acelerado la precarización del mercado laboral ha sido el hecho de que ambos sectores son dos en los que menos remuneración perciben los trabajadores. La última encuesta de estructura salarial del INE sitúa la media nacional en 22.697 euros brutos y por debajo de ese nivel se sitúan el comercio (19.069 euros brutos al año), que emplea al 16,1% de los ocupados en España, y la hostelería (13.851 euros al año), que engloba al 8,3% del empleo. La única excepción entre los sectores más intensivos en mano de obra es la industria manufacturera, en la que los salarios (26.042 euros brutos al año) se coloca por encima de la media y en el que la creación de empleo entre 2014 y 2016 se ha repartido a partes iguales entre temporales e indefinidos. Incluso el empleo a tiempo parcial ha retrocedido. De los 219.000 puestos de trabajo creados entre 2014 y 2016 en la industria se produjo un incremento de 238.000 en los empleos a tiempo completo y una caída de 4.500 en el tiempo parcial.
Una tendencia que sostiene el último informe de la Comisión Europea, que recalca que la pobreza afecta ya a uno de cada ocho empleados de la Unión Europea (un 12,5%), frente al 10% de antes de la crisis, toda vez que esta última se dejó a finales de 2014.

El 95% del pluriempleo, en los servicios

La generalización de los trabajos temporales y a tiempo parcial, unido a la bajada de salarios, ha perpetuado a un millón de ocupados en la clasificación de aquellos que quieren otro empleo. En concreto, 1,1 millones de ocupados buscaban otro empleo entre julio y septiembre, según los datos de la Encuesta de Población Activa.
De ellos más de la mitad (556.300) quieren un empleo a tiempo completo, bien porque los ingresos de su actual trabajo no le dan para acabar el mes o bien porque su cualificación está muy por encima de lo que precisa su empleo. Incluso 329.000 trabajadores en esta situación se muestran dispuestos a aceptar “lo que encuentren”, con independencia de si es un trabajo a tiempo completo o parcial. Los colectivos más afectados son aquellos ocupados situados en la franja de edad entre los 30 y 40 años, en el que se figuran el 33,1% de los trabajadores que buscan otro empleo.
Otro indicador que revela un cambio trascendental en el mercado de trabajo con respecto al período precrisis es el número de ocupados que tienen un segundo empleo. Entre 2014 y 2016 se ha incrementado en 59.000 el número de trabajadores que están pluriempleados. El único sector en el que el volumen cae es la agricultura, mientras que en los otros (industria, construcción y servicios) sube con fuerza. Especialmente significativo es el avance en el sector servicios, con 56.000 personas más pluriempleadas, lo que supone el 95% del total. En la construcción se produce una subida de 2.600, mientras que en la industria se limita a 1.900.
PD2: El crédito bancario:
A EMPRESAS:
HIPOTECAS:
CREDITO AL CONSUMO:
PD3: Solvencia de España:
El rápido crecimiento que ha experimentado la deuda pública en los países occidentales a lo largo de la última década preocupa a muchos economistas, algunos de los cuales se plantean si realmente podrá ser pagada sin acudir a reestructuraciones o aplazamientos, como ya ha ocurrido en Grecia. Por dar sólo algunas cifras, la deuda pública de los países de la Unión Europea, que representaba en 2007 el 57,5% de su PIB, había alcanzado el 85% del PIB en 2015.
Naturalmente no todos los países se comportaron de la misma forma. Algunos superaron bastante bien las dificultades que a sus Estados les planteaba la crisis. Es el caso de Alemania, cuya deuda creció en este período sólo un 10% en términos de PIB, pasando del 63,7% al 71,2%.
España se encuentra, por desgracia, en el extremo contrario, ya que ha sido el país europeo en el que la deuda ha aumentado más en términos de PIB, pasando del 35,5% al 99,8%. Pero la situación es mala, también, en muchas otras naciones. Italia ha vuelto a cifras de deuda por encima del 130% del PIB, que parecían olvidadas hacía ya tiempo. Francia está en el 96,2%; y Gran Bretaña en el 89,1%.
Al analizar experiencias pasadas de endeudamientos públicos elevados, ha vuelto a hablarse de un caso que, hasta ahora, era sólo conocido por los especialistas y los historiadores: el pago de la deuda británica en el siglo XIX. Al terminar las guerras napoleónicas, Gran Bretaña había acumulado una deuda enorme, que superaba el 250% de su PIB. Las dificultades para hacer frente a este nivel de endeudamiento eran grandes; y no sólo por su cuantía. Estamos hablando de un sector público cuya capacidad para obtener recursos era mucho menor que la que tienen los Estados en nuestros días.
La variable utilizada habitualmente para medir la carga de la deuda pública es la ratio deuda/PIB, que refleja el peso relativo del endeudamiento en la economía nacional. Pero caben otras formas de medición. Una de ellas –muy útil a la hora de analizar la capacidad de un Estado para pagar– es la ratio deuda/ingresos fiscales. Y aquí las diferencias entre el siglo XIX y la actualidad son muy relevantes. Un Estado cuyo peso en la economía sea, por ejemplo, el 15% del PIB y que recaude impuestos por una cuantía similar, tendrá mucho más difícil atender al servicio de la deuda que otro que recaude una cifra equivalente al 40% de su PIB. Gran Bretaña, antes de 1914, se encontraba cerca de la primera de estas magnitudes, mientras los Estados actuales se aproximan, en promedio, a la segunda.
Las dificultades para pagar una deuda del 250% del PIB parecían, por tanto, insuperables. Y, sin embargo, Gran Bretaña lo consiguió; y lo hizo con un sistema monetario muy estable, basado en el patrón oro, que hizo que la capacidad adquisitiva de la libra fuera prácticamente la misma en 1820 y en 1914. Es decir, al no haber existido inflación, el valor de la deuda no se redujo en términos reales, como consecuencia del crecimiento de los precios; lo que ocurrió, en cambio, con mucha frecuencia a lo largo del siglo XX. Pero, pese a estos factores, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, la deuda británica había caído por debajo del 40% del PIB. Un gran éxito de gestión, sin duda alguna.
¿Un mensaje de optimismo, por tanto? ¿Cabe pensar que nuestros Estados podrían hacer hoy algo similar? Me temo que no. Cuando se analizan las cifras del endeudamiento de los últimos años se observa que el crecimiento de la deuda pública no tiene en Europa precedentes en tiempos de paz. Es cierto que las guerras que asolaron el continente en el siglo pasado llevaron a los Estados a acumular deudas muy elevadas. Pero el mecanismo habitual era que, de una forma u otra, los gastos del estado se reestructuraban y el nivel del endeudamiento se reducía cuando la situación se normalizaba. Hoy las cosas son muy diferentes, sin embargo. No nos hemos endeudado para financiar guerras o grandes programas de obras públicas. Si hubiera sido así, sería más fácil hacer caer el gasto y generar los superávits presupuestarios necesarios para reducir la deuda. Lo que hemos hecho es endeudarnos para pagar los gastos ordinarios del Estado; y más concretamente, de un estado del bienestar que resulta muy difícil de mantener en su nivel actual.
La caída experimentada por la actividad económica a partir de 2008 se encontró con un gasto público muy rígido que, en contra de lo que suele decirse, apenas se redujo. De hecho, en muchos países –España, por ejemplo– la ratio gasto público/PIB creció en los años de la crisis.
Resulta difícil imaginar, por tanto, cómo se van a generar superávits presupuestarios en los años próximos, cuando las presiones, por parte de la opinión pública y de la mayoría de los grupos políticos, no se centran en controlar el gasto público, sino en ampliarlo; y casi todas las propuestas pasan por aumentar los impuestos, dando por supuesto que no se puede plantear siquiera una reestructuración global del gasto, que es los que nuestras economías realmente necesitan. La Unión Europea tiene muchos defectos, sin duda. Pero si desapareciera de un día para otro su control de los déficits públicos y, por tanto, de los gastos de los Estados, nuestra situación sería, ciertamente, aún peor. 
PD4: Para lograr algo grande, hay que soñar en grande, trabajar a lo grande, pero sobre todo; confiar en Dios