31 enero 2017

hacia un desorden mundial

Interesante lo que dice Martin Wolf en el Financial Times

El camino hacia un nuevo desorden mundial

Termina un periodo económico y geopolítico liderado por Occidente. ¿Vendrá un desmoronamiento con desglobalización y conflictos o un período en el que más potencias opten por cooperar entre ellas?
No es cierto que la humanidad no pueda aprender de la historia. Puede hacerlo, como lo demuestra el hecho de que Occidente aprendió las lecciones del período oscuro transcurrido entre 1914 y 1945. Pero parece que ahora las ha olvidado. Una vez más estamos viviendo en una época de nacionalismo estridente y xenofobia. Las esperanzas de crear un mundo nuevo de progreso, armonía y democracia gracias a la apertura de los mercados en la década de 1980 y al hundimiento del comunismo soviético entre 1989 y 1991 se han convertido en cenizas. 
¿Qué futuro le espera a EEUU, creador y garante del orden liberal de la posguerra, que pronto será gobernado por un presidente que repudia las alianzas permanentes, defiende el proteccionismo y admira a los déspotas? ¿Qué futuro le espera a una UE maltrecha, con el auge de la democracia no liberal en el este, el Brexit y la posibilidad de que Marine Le Pen sea elegida presidenta de Francia? 
¿Qué futuro espera ahora que la Rusia de Vladimir Putin quiere recuperar antiguos territorios y ejerce una creciente influencia sobre el mundo y que China ha anunciado que Xi Jinping no es el primero entre iguales sino el líder principal? 
El origen del sistema económico y político mundial contemporáneo fue una reacción a los desastres de la primera mitad del siglo XX. Estos últimos, a su vez, fueron causados por el progreso económico sin precedentes, pero altamente desigual, obtenido en el siglo XIX. 
Las fuerzas de transformación desencadenadas por la industrialización fomentaron la lucha de clases, el nacionalismo y el imperialismo. Luego, entre 1914 y 1918 ocurrieron la guerra industrializada y la revolución bolchevique. El intento de restaurar el orden liberal imperante antes de la primera guerra mundial en la década de 1920 terminó con la Gran Depresión, el triunfo de Adolf Hitler y el militarismo japonés de la década de 1930. Esto a su vez creó las condiciones idóneas para la masacre catastrófica de la segunda guerra mundial, a la que siguió la revolución comunista en China. 
Después de la segunda guerra mundial, el mundo estaba dividido en dos campos: la democracia liberal (encabezada por Estados Unidos) y el comunismo (dirigido por la Unión Soviética). Los imperios controlados por los estados europeos se desintegraron, lo que dio lugar a una serie de nuevos países en lo que se llamaba el tercer mundo. 
Ante una civilización europea en ruinas y la amenaza del totalitarismo comunista, Estados Unidos, la economía más próspera del mundo y el país con mayor poder militar, utilizó su riqueza y su sistema de autogobierno democrático para crear, promover y sostener un Occidente transatlántico. De este modo, los líderes occidentales aprendieron conscientemente las lecciones de los errores políticos y económicos desastrosos que cometieron sus predecesores después de su entrada en la primera guerra mundial en 1917. 
A nivel nacional, tras la segunda guerra mundial, los países de este nuevo Occidente se fijaron el objetivo de lograr el pleno empleo y un cierto tipo de estado de bienestar. A nivel internacional, una nueva serie de instituciones –el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, el antecesor de la Organización Mundial de Comercio, OMC) y la Organización para la Cooperación Económica Europea (el instrumento del Plan Marshall, más tarde rebautizado como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE)– supervisó la reconstrucción de Europa y promovió el desarrollo económico mundial. La OTAN, el núcleo del sistema de seguridad occidental, fue fundada en 1949. El Tratado de Roma, que estableció la Comunidad Económica Europea, la antecesora de la UE, se firmó en 1957. 
Esta actividad creativa se produjo en parte como respuesta a las presiones inmediatas, sobre todo a la miseria económica europea de la posguerra y a la amenaza de la Unión Soviética de Stalin. Pero también reflejaba una visión de un mundo más cooperativo. 
Desde el punto de vista económico, la posguerra se puede dividir en dos periodos: el periodo keynesiano de Europa y de la convergencia económica de Japón y el periodo posterior de la globalización orientada hacia el mercado, que empezó con las reformas de Deng Xiaoping en China a partir de 1978 y las elecciones en el Reino Unido y Estados Unidos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en 1979 y 1980, respectivamente. 
Este último período se caracterizó por la finalización de la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en 1994, la creación de la OMC en 1995, el ingreso de China en la OMC en 2001 y la ampliación de la UE en 2004 que acogió a antiguos miembros del Pacto de Varsovia. 
El primer período económico terminó con la gran inflación de la década de 1970. El segundo período terminó con la crisis financiera de Occidente de 2007-2009. Entre estos dos períodos hubo una época de confusión e incertidumbre económica, como está ocurriendo ahora. La principal amenaza económica en el primer período de transición fue la inflación. En esta ocasión ha sido la desinflación. 
Desde el punto de vista geopolítico, la posguerra también se puede dividir en dos periodos: la guerra fría, que finalizó con la caída de la Unión Soviética en 1991, y la época posterior a la guerra fría. Estados Unidos participó en guerras importantes en ambos períodos: las guerras de Corea (1950-1953) y Vietnam (1963-1975) en el primero y las dos guerras del Golfo (1990-1991 y 2003) en el segundo. Pero no se libró ninguna guerra entre grandes potencias, aunque estuvo muy cerca de producirse durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. 
El primer período geopolítico terminó en decepción para los soviéticos y en euforia en Occidente. Hoy en día, es Occidente el que se enfrenta a la decepción geopolítica y económica. 
Oriente Próximo está en crisis. La migración masiva se ha convertido en una amenaza para la estabilidad europea. La Rusia de Putin está avanzando. La China de Xi es cada vez más firme. Occidente parece impotente. 
Estos cambios geopolíticos son, en parte, el resultado de cambios deseables, sobre todo la propagación de un desarrollo económico rápido más allá de Occidente, en particular a los gigantes asiáticos, China e India. Algunos son también el resultado de decisiones tomadas en otros lugares, como la decisión de Rusia de rechazar la democracia liberal e imponer el nacionalismo y la autocracia como el núcleo de su identidad poscomunista y la decisión de China de combinar la economía de mercado con el control comunista. 
Pero Occidente también ha cometido grandes errores, entre los que destaca la decisión después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de derrocar al líder iraquí Saddam Hussein y de difundir la democracia en Oriente Próximo a punta de pistola. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, ahora se considera que la guerra de Irak tuvo un origen ilegítimo, se gestionó de forma incompetente y sus resultados fueron desastrosos. 
Las economías occidentales también se han visto afectadas en mayor o menor grado por la desaceleración del crecimiento, el aumento de la desigualdad, el elevado nivel de desempleo (especialmente en el sur de Europa), los cambios en el mercado laboral y la desindustrialización. Estos cambios han tenido efectos particularmente adversos sobre los hombres poco cualificados. La indignación por la inmigración masiva ha crecido, especialmente en partes de la población afectadas negativamente también por otros cambios. 
Algunos de estos cambios fueron el resultado de cambios económicos que eran inevitables o que no eran deseables. Es improbable que se ponga freno a la amenaza que supone la tecnología para los trabajadores no cualificados y a la creciente competitividad de las economías emergentes. Sin embargo, en materia de política económica también se cometieron grandes errores, sobre todo no poder conseguir que los beneficios del crecimiento económico se repartieran de forma más igualitaria. 
No obstante, la crisis financiera de 2007-2009 y la posterior crisis de la Eurozona fueron los acontecimientos decisivos, que tuvieron efectos económicos devastadores: una subida repentina del desempleo seguida de recuperaciones débiles. Las economías de los países avanzados son una sexta parte más pequeñas hoy en día que lo que lo habrían sido si hubieran continuado las tendencias anteriores a la crisis. 
La respuesta a la crisis también socavó la creencia en la equidad del sistema. Mientras la gente corriente perdía sus trabajos o sus casas, el gobierno rescató al sistema financiero. En Estados Unidos, donde el libremercado es una fe secular, esto pareció especialmente inmoral. Por último, estas crisis destruyeron la confianza en la capacidad de actuación y la honradez de las élites financieras, económicas y políticas, sobre todo en la gestión del sistema financiero y en la idea de crear el euro. 
En conjunto, todo esto destruyó los pilares en los que se basaban las democracias complejas, que hacían que las élites pudieran ganar grandes sumas de dinero o disfrutar de una gran influencia y poder siempre y cuando hicieran lo que se esperaba de ellas. En su lugar, un largo período de bajo crecimiento de los ingresos para la mayoría de la población, especialmente en Estados Unidos, culminó, para sorpresa de casi todos, en la mayor crisis desde la década de 1930. Ahora, el shock ha dado paso al miedo y la rabia. 
La serie de errores geopolíticos y económicos también ha socavado la reputación de la capacidad de actuación de los países occidentales, mientras que ha incrementado la de Rusia y, aún más, la de China. Y con la elección de Donald Trump también ha causado un agujero en las reivindicaciones raídas del liderazgo moral de Estados Unidos. 
En resumen, estamos al final de un periodo económico (el de la globalización liderada por Occidente) y de un periodo geopolítico (el momento unipolar posterior a la guerra fría de un orden mundial liderado por Estados Unidos). 
La cuestión es si lo que vendrá ahora será un desmoronamiento de la era posterior a la segunda guerra mundial que dé lugar a la desglobalización y a conflictos, como sucedió en la primera mitad del siglo XX, o un nuevo período en el que potencias no occidentales, especialmente China e India, desempeñarán un papel más importante en el mantenimiento de un orden mundial cooperativo. 
Una gran parte de la respuesta dependerá de los países occidentales. Incluso ahora, después de una generación de declive económico relativo, EEUU, la UE y Japón generan algo más de la mitad de la producción mundial en términos de precios de mercado y el 36% en términos de paridad de poder adquisitivo. 
También siguen siendo los países donde están las empresas más importantes y más innovadoras del mundo, los principales mercados financieros, las instituciones de educación superior de mayor renombre y las culturas más influyentes. EEUU también debería seguir siendo durante décadas el país más potente del mundo, sobre todo a nivel militar, aunque su capacidad para influir en el mundo se debe en gran parte a su red de alianzas forjadas en los primeros años de la posguerra gracias a su forma de gobierno creativa. Hay que mantener estas alianzas. 
No obstante, el ingrediente esencial para que Occidente tenga éxito deben ser las políticas y las medidas que se tomen a nivel nacional. El crecimiento lento y el envejecimiento de la población ejercen presión sobre el gasto público. Dado que el crecimiento es débil, sobre todo el de la productividad, y que hay una agitación estructural en los mercados laborales, la política ha adquirido características de suma cero: en lugar de prometer más riqueza y bienestar para todo el mundo, coge cosas de unos para dárselas a los otros. Los ganadores en esta lucha han sido los que ya eran muy ricos. Esto ha incrementado el nerviosismo y la tensión de las personas de clase media y baja de la pirámide de la distribución de la riqueza y les ha hecho más susceptibles a la demagogia racista y xenófoba. 
A la hora de evaluar las posibles respuestas, hay que tener en cuenta dos factores. En primer lugar, el periodo posterior a la segunda guerra mundial de hegemonía de Estados Unidos ha sido un gran éxito global. Los ingresos reales medios per cápita a nivel mundial aumentaron un 460% entre 1950 y 2015. El porcentaje de la población en situación de pobreza extrema cayó del 72% en 1950 al 10% en 2015. Por otra parte, la esperanza de vida en el momento del nacimiento a nivel mundial aumentó de 48 años en 1950 a 71 años en 2015, y el porcentaje de la población que vive en países democráticos subió del 31% al 56%. 
En segundo lugar, el comercio no ha sido de ninguna manera la principal causa de la disminución prolongada del porcentaje de empleos en la industria de EEUU, aunque el aumento del déficit comercial tuvo un efecto significativo sobre el empleo en este sector después del año 2000. El crecimiento de la productividad impulsado por la tecnología ha sido más importante. 
Asimismo, el comercio tampoco ha sido la principal causa del aumento de la desigualdad: todas las economías de renta alta se han visto afectadas por los grandes cambios en la competitividad internacional, pero los efectos de estos cambios sobre la distribución de los ingresos han variado enormemente según país. 
EEUU y los líderes occidentales tienen que encontrar mejores maneras de satisfacer las exigencias y necesidades de sus habitantes. Pero el Reino Unido aún no tiene una idea clara de cómo va a funcionar después del Brexit, la eurozona sigue siendo frágil y algunas de las personas que Trump tienen previsto nombrar para altos cargos, así como los republicanos en el Congreso, parecen decididos a cortar los cables pelados de su red de seguridad social. 
Un Occidente dividido, encerrado en sí mismo y mal administrado es probable que sea muy desestabilizador. Entonces China podría imponer su grandeza. No se sabe si podrá asumir un papel más importante a nivel mundial, dados los enormes problemas internos que tiene, pero parece bastante improbable. 
Si Occidente sucumbiera a la tentación de las soluciones falsas debido a la desilusión y la rabia, incluso podría destruir los pilares intelectuales e institucionales en los que se ha basado el orden económico y político mundial de la posguerra. Es fácil entender estos sentimientos, y al mismo tiempo rechazar esas respuestas tan simplistas. Occidente no se curará a sí mismo haciendo caso omiso a las lecciones de su historia. Pero podría muy bien crear el caos en el intento.
Abrazos,
PD1: Y continúa diciendo que todo es una cuestión de crecimiento, que se quede sin fuerza…:

The risks that threaten global growth

An important possibility is that the economic engine is running out of steam
What is going to happen to the world economy this year? Much the most plausible answer is that it is going to grow. As I argued in a column published at this time last year, the most astonishing fact about the world economy is that it has grown in every year since the early 1950s. In 2017 it is virtually certain to grow again, possibly faster than in 2016, as Gavyn Davies has argued persuasively. So what might go wrong?
The presumption of economic growth is arguably the most important feature of the modern world. But consistent growth is a relatively recent phenomenon. Global output shrank in a fifth of all years between 1900 and 1947. One of the policy achievements since the second world war has been to make growth more stable.
This is partly because the world has avoided blunders on the scale of the two world wars and the Great Depression. It is also, as the American economist Hyman Minsky argued, because of active management of the monetary system, greater willingness to run fiscal deficits during recessions and the increased size of government spending relative to economic output.
Behind the tendency towards economic growth lie two powerful forces: innovation at the frontier of the world economy, particularly in the US, and catch-up by laggard economies. The two are linked: the more the frontier economies innovate, the greater the room for catch-up. Take the most potent example of the past 40 years, China. On the (possibly exaggerated) official numbers, gross domestic product per head rose 23-fold between 1978 and 2015. Yet so poor had China been at the beginning of this colossal expansion that its average GDP per head was only a quarter of US levels in 2015. Indeed, it was only half that of Portugal. Catch-up growth remains possible for China. India has still greater room: its GDP per head was about a 10th of US levels in 2015.
The overwhelming probability is that the world economy will grow. Moreover, it is highly likely that it will grow by more than 3 per cent (measured at purchasing power parity). It has grown by less than that very rarely since the early 1950s. Indeed, it has grown by less than 2 per cent in only four years since then — 1975, 1981, 1982 and 2009. The first three were the result of oil price shocks, triggered by wars in the Middle East, and Federal Reserve disinflation. The last was the Great Recession after 2008’s financial crisis.
This is also consistent with the pattern since 1900. Three sorts of shocks seem to destabilise the world economy: significant wars; inflation shocks; and financial crises. When asking what might create large downside risks for global economic growth, one has to assess tail risks of this nature. Many fall into the category of known unknowns.
For some years, analysts have convinced themselves that quantitative easing is sure to end up in hyperinflation. They are wrong. But a huge fiscal boost in the US, combined with pressure on the Fed not to tighten monetary policy, might generate inflation in the medium term and a disinflationary shock later still. But such a result of Trumponomics will not occur in 2017.
If we consider the possibility of globally significant financial crises, two possibilities stand out: the break-up of the eurozone and a crisis in China. Neither is inconceivable. Yet neither seems likely. The will to sustain the eurozone remains substantial. The Chinese government possesses the levers it needs to prevent a true financial meltdown. The risks in the eurozone and China are unquestionably real, but also small.
A third set of risks is geopolitical. Last year I referred to the possibility of Brexit and “election of a bellicose ignoramus” to the US presidency. Both have come to pass. The implications of the latter remain unknown. It is all too easy to list further geopolitical risks: severe political stresses on the EU, perhaps including the election of Marine Le Pen to the French presidency and renewed inflows of refugees; Russian president Vladimir Putin’s revanchism; the coming friction between Mr Trump’s aggrieved US and Xi Jinping’s ascendant China; friction between Iran and Saudi Arabia; possible overthrow of the Saudi royal family; and the threat of jihadi warfare. Not to be forgotten is the risk of nuclear war: just look at North Korea’s sabre-rattling, the unresolved conflict between India and Pakistan and threats by Mr Putin.
In 2016, political risk did not have much effect on economic outcomes. This year, political actions might do so. An obvious danger is a trade war between the US and China, though the short-term economic effects may be smaller than many might suppose: the risk is longer term, instead. The implications of the fact that the most powerful political figure in the world will have little interest in whether what he says is true are unknowable. All we do know is that we will all be living dangerously.
An important longer-run possibility is that the underlying economic engine is running out of steam. Catch-up still has great potential. But economic dynamism has declined in the core. One indicator is falling productivity growth. Another is ultra-low real interest rates. Mr Trump promises a resurgence of US trend growth. This is unlikely, particularly if he follows a protectionist course. Nevertheless, the concern should be less over what happens this year and more over whether the advance of the frontier of innovation has durably slowed, as Robert Gordon argues.
A good guess then is that the world economy will grow at between 3 and 4 per cent this year (at PPP). It is an even better guess that emerging economies, led yet again by Asia, will continue to grow faster than the advanced economies. There are substantial tail risks to such outcomes. There is also a good chance that the rate of innovation in the most advanced economies has slowed durably.
PD2: No se aprende sabido… Todos los días aprendemos algo nuevo, luchamos por nuestros principios, chocamos con nuestro entorno… Muy interesante esto:
A veces uno no sabe cómo abordar determinados asuntos en casa que, obviamente, se repiten continuamente, entre otras cosas porque nadie sabe cómo abordarlos. Dentro de las cuatro paredes de cada hogar, se libran las “batallas” familiares que son sólo conocidas por los miembros de cada familia. Tal vez el error esté en pensar que sólo hay “batallas” en mi casa. Normalmente, y por lo que comparto con otros padres, madres y niños, suceden cosas parecidas en muchas familias. En otras, las “batallas” son más duras y complejas.
Nadie nos enseñó a librar determinadas “batallas”. Lo único que sabemos al respecto es lo que pudimos observar en nuestra propia casa y lo que, de algún u otro modo, hemos trabajado o sobre las que nos hemos formado o informado. Uno no sabe cómo afrontar las “batallas” propias con su cónyuge hasta que estas llegan. Uno no sabe cómo manejar una comunicación deficiente, problemas sexuales, diferentes maneras de organizar la casa, sensibilidades familiares diversas, heridas pasadas, expectativas de la vida en pareja… Uno tampoco sabe cómo afrontar las “batallas” que llegan con los hijos hasta que estos llegan. La tensión familiar propia del cansancio, el estilo en la educación, si le dejo llorar más, si lo cojo más, cómo enseñarle a compartir, cuándo hablarle de sexo, cómo conseguir que ordene su habitación, la relación entre hermanos, los primeros suspensos… Y tampoco sabemos cómo “batallar” con los extras que pueden llegar con el desempleo, problemas económicos, proyectos laborales de uno, muerte o enfermedad de algún familiar…
Teniendo en cuenta lo poco que sabemos, no deberíamos de vivir estas “batallas” con tanta tensión y deberíamos ser más condescendientes con nosotros mismos y con el resto de la familia. ¡Ninguno sabemos casi nada! ¡Todo está por aprender y por construir! Qué fácil decirlo y qué difícil hacerlo… Yo soy el primero que tropiezo en esta piedra un día sí y otro también…
Pero si hay una “batalla” por excelencia, madre de otras muchas “batallas”, es, yo diría, la “batalla” de la aceptación del otro en su originalidad y en su diferencia con respecto a mí, que soy el eje de coordenadas con el que pretendo situar al resto. Aceptar que somos distintos, que tenemos diferentes maneras de resolver las encrucijadas familiares, que modulamos la voz de distinta manera y que la elevamos hasta diferentes niveles, que nuestro concepto de orden es tan personal… que necesitamos cosas diferentes y gestos diferentes y palabras diferentes para estar contentos en el día, que donde uno necesita un abrazo, el otro tal vez necesita una palabra, que donde al otro le cuesta optar y decidirse, tú, en cambio, lo ves claro y tiras adelante… que todos necesitamos un espacio vital personal de distinto tamaño, que tenemos gustos distintos en la música y en el arte y en el ocio, que tenemos cualidades genuinas y que la misión de cada uno no tiene por qué coincidir con la misión que yo les otorgaría a cada uno…
En fin, me entendéis. Sacar de cada uno lo mejor en cada momento, dar lo que el otro necesita, pedirle lo que puede dar y perdonarnos cuando ninguno llegamos al “nivel Dios” de querernos… esta es “la madre de todas las batallas familiares”. Luchemos.