No sirve el “todo gratis” en la
economía, ya que tiene consecuencias. Puede durar varios años más la fantasía
de que no cuesta las cosas, pero tiene repercusiones. Mientras tanto, los
mercado subirán y subirán, ya que si no hay coste financiero, hay más
beneficios… Pero es irreal:
Asistimos
a una situación absolutamente inaudita e inimaginable hace
escasos años. Cuando el nivel de deuda pública de la mayoría
de Estados Miembros de la Eurozona se sitúa en máximos históricos en
términos absolutos, los distintos tesoros nacionales consiguen emitir bonos
para financiarse recibiendo intereses en lugar de pagarlos. Así,
España acaba de emitir bonos a cinco años con una rentabilidad negativa del
-0,16%. La rentabilidad a un bono del Tesoro español a 10 años es de apenas un
0,39%. Insólito.
Los
gobernantes de los distintos países de la Eurozona consideran una magnífica
noticia que la carga de intereses incluso se reduzca a pesar del incremento del
nivel de deuda pública en términos absolutos. El dinero que no se destina a
pagar el servicio de la deuda (los intereses) se puede dedicar a otros
menesteres. La tentación y el peligro es considerar que estos tipos son
permanentes y que no aumentarán en el futuro. Si endeudarse es
gratis o incluso genera ingresos financieros, el aliciente
para controlar el endeudamiento y reducir el mismo, se diluye como un
azucarillo. La pesada losa de la deuda se percibirá cuando, por el motivo
que sea, suban los tipos de interés. Los efectos de los excesos de deuda ya los
vivimos en la burbuja inmobiliaria de la década pasada, con las consecuencias
conocidas cuando estalló la crisis.
La
caída de rentabilidad ofrecida por los bonos soberanos acaba trasladándose
a la rentabilidad del resto de los bonos. El mercado de bonos soberanos en
la Eurozona es casi seis veces el tamaño de los bonos con una calificación
(rating) de grado de inversión, excluyendo los bonos emitidos por entidades
financieras. Basta que un bajo porcentaje de inversión se desplace a este
segmento de bonos en busca de algo de retorno para que se produzca una brusca
caída de la rentabilidad. Los inversores, incluso los institucionales, acaban
asumiendo más y más riesgo para lograr algo de rentabilidad.
Es
frecuente que inversores institucionales, supuestamente conservadores,
manifiesten que su cartera de bonos tiene que proporcionar un 3% al año para
hacer frente a los compromisos de la entidad. Evidentemente, para lograr dicha
rentabilidad anual, la calidad de los emisores de los bonos adquiridos ha ido
reduciéndose significativamente según han ido bajando los tipos de interés de
los bonos. Primero le bastaba con invertir en bonos soberanos; posteriormente
se vio obligado a invertir en bonos corporativos con grado de inversión;
finalmente ha tenido que ir desplazándose hacia emisores sin rating o considerados
de alto riesgo (high yield). Mientras no haya quiebras y los emisores devuelvan
el principal a vencimiento no hay problema. La inquietud surgirá cuando
comiencen a impagar a vencimiento algunos emisores.
La
actual política de tipos de interés supone un impuesto oculto sobre el ahorro,
privado e institucional. Minusvalora los riesgos, al no remunerarlos y provoca
una errónea asignación de activos. Sólo favorece a los endeudados e
incentiva el aumento del endeudamiento, sin distinguir si la nueva deuda se
destina a inversión o a consumo. Endeudarse para consumir supone desplazar
consumo futuro al presente. Incentivar el endeudamiento es una invitación a
vivir por encima de las posibilidades, siendo aplicable a las familias y a los
Estados. Nada es gratis. Los excesos actuales tampoco lo serán.
Abrazos:
PD1: Le decía un cristiano a un
musulmán que Dios estaba en la Eucaristía, que se quedaba en el sagrario. Le
contestaba el musulmán que si de verdad nos creyéramos esto, no dejaríamos de
estar frente a Él delante del sagrario. ¡Qué cierto! Dios, vivo, reservado para
siempre con nosotros en los sagrarios y no tenemos ni un minuto para charlar
con Él. No se entiende…
No tenemos tiempo más que para
ir a Misa el domingo, no nos acercamos a Misa los días laborables. Pasamos
delante de una iglesia y no entramos unos minutos a hablar con el Señor que nos
está esperando… ¡Ay de nuestra pobre fe, ay! Siempre tan preocupados con el
dinero o nuestras cosas y olvidamos lo más importante, que nos quiere más que
nadie en el mundo, y que nos ha hecho para que le queramos.