Ya no se habla de recesión, fue el motivo de los miedos de diciembre… Ahora se van conociendo la tanda de beneficios empresariales y sus expectativas, y en general, son peores. Pero se sigue sin saber dónde colocar el dinero en un entorno de rentabilidades negativas… Así que las bolsas siguen subiendo, como era de esperar.
Con la economía mundial estabilizándose, los inversores están más centrados que nunca en los resultados corporativos. Estos revelan una imagen menos optimista que en años anteriores y las expectativas de las compañías son débiles. La buena noticia, sin embargo, es que un menor crecimiento de los beneficios no es necesariamente un problema para los mercados bursátiles, siempre que la caída sea temporal.
En muchos sentidos, el período actual es comparable al de 2015-2016, cuando la economía mundial se enfrió y, como estamos viendo ahora, los inversores vigilaban los movimientos de la Reserva Federal y de China con entusiasmo. Las ganancias por acción se estancaron, incluso cayendo en territorio negativo desde el tercer trimestre de 2015, y no comenzaron a subir nuevamente hasta finales de 2016. Sin embargo, mientras tanto, tanto la Fed como el gobierno chino pisaron el acelerador. Así se impidió una recesión mundial.
Anticipándose a esto, el índice mundial de MCSI alcanzó su punto máximo en febrero de 2016 y posteriormente subió hasta diciembre, el punto en el que las ganancias de la empresa comenzaron a aumentar nuevamente, en un muy respetable 21%. Un período de tiempo como este entre el suelo del mercado y el crecimiento de las ganancias no es tan inusual. Según los cálculos de J.P.Morgan, el MSCI World Index tocó fondo de cinco a diez meses antes de que el crecimiento de las ganancias volviera a ser positivo en las cuatro graves desaceleraciones y recesiones en el crecimiento durante los últimos 20 años (1998, 2003, 2009 y, por lo tanto, 2016).
Los mercados de valores subieron bruscamente en los meses posteriores a la caída del mercado y el crecimiento de las ganancias comenzó a subir nuevamente. Una vez que los inversores de acciones comiencen a sospechar que el final de la caída de las ganancias está cerca, los mercados repuntarán nuevamente.
Recuperación en el horizonte
La pregunta, por supuesto, es si podemos esperar otro período como ese ahora. En otras palabras, ¿la caída de los beneficios será seguida por un período de crecimiento de beneficios en el corto plazo? Existe una posibilidad razonable de que veamos una leve caída en los beneficios por acción en los próximos trimestres. El último punto en el gráfico anterior muestra una tasa de crecimiento de los beneficios del 16%, pero esto está muy sesgado por la ventaja fiscal que las empresas estadounidenses disfrutaron el año pasado.
Si restamos ese "regalo", las ganancias de EE.UU. se reducen al 4%, en comparación con una disminución del 7% en las ganancias del resto del mundo. Más importante, sin embargo, es si las ganancias se recuperarán nuevamente este año. La posibilidad de esto también es considerable. La Reserva Federal ha hecho algunos cambios significativos en las políticas en previsión de tiempos menos florecientes (lo que lo lleva a preguntarse si en realidad es demasiado cautelosa).
Y China está estimulando su economía, como lo hizo en el período 2015-2016. Agregue a esto el crecimiento todavía fuerte de los ingresos corporativos y el hecho de que las empresas estadounidenses, en particular, están gastando miles de millones en la compra de sus propias acciones, y la conclusión es que las ganancias por acción deberían poder aumentar nuevamente en los últimos trimestres de este año.
¿Qué puede salir mal?
Como siempre, este escenario no está exento de riesgos. Llevamos bastantes años disfrutando de un gran ciclo económico y, por lo tanto, también más cerca de su fin. Y aunque la Reserva Federal ha tomado medidas para normalizar su política monetaria, esto ciertamente no se aplica a todos los demás bancos centrales importantes. Hay una oportunidad limitada para la estimulación. Lo mismo se aplica a China, que no puede y no quiere usar el crecimiento crediticio desenfrenado para impulsar el crecimiento económico.
"Nuestro escenario base es que no veremos una recesión este año, sino una recuperación cautelosa ayudada por los bancos centrales y las bajas tasas de interés, la estimulación monetaria china moderada y unos mercados laborales fuertes. En términos generales, esto también debería ir acompañado de mayores ganancias por acción", dice Jeroen Blokland gestor de carteras de Robeco.
Abrazos,
PD1: El Papa nos ha dado unos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en esta Cuaresma. Es un poco largo, pero nos sirve de oración:
1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano.
Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.
2. La fuerza destructiva del pecado
Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.
Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.
3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón
Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.