30 marzo 2020

nos advierte Draghi...

Ya sabes que fue el gran solucionador de la crisis de 2012, cuando las primas de riesgo andaban disparadas y todos los bancos europeos estaban a punto de petar… Luego dejó un marrón en el BCE, por el que pasará a la historia también.
Ahora nos avisa de lo que habría que hacer, de las medidas extraordinarias que él hubiera adoptado… Cuando lo que sabemos que en materia monetaria, no se puede hacer mucho más, y en materia fiscal, solo pueden los países más ricos, o los más temerosos como EEUU:

Draghi advierte

Durante el mandato de Mario Draghi al frente del BCE, su capacidad de comunicar adecuadamente en cada momento ha sido indiscutible, habiendo evitado incluso una posible ruptura del euro en 2012 con su famoso "whatever it takes" (todo lo que sea necesario). Sus mensajes en las ruedas de prensa posteriores a las reuniones del banco central siempre tenían en cuenta la repercusión que inevitablemente tendrían sus palabras en los mercados financieros. 
Ahora, alejado de las responsabilidades de su anterior cargo en el BCE, ha publicado un artículo en el Financial Times donde advierte de la necesidad de adoptar medidas drásticas para impedir que "la inevitable profunda recesión" se convierta en una depresión económica. Para cualquiera que quite hierro a la importancia del incipiente shock económico ocasionado por la actual crisis del COVID-19 o que considere que la recuperación económica será rápida y en V, le convendría leer la opinión de Draghi. El dramatismo de las expresiones utilizadas por el ex banquero central, dan una idea de las conclusiones de su análisis: "tragedia humana de proporciones potencialmente bíblicas"
A día de hoy, hay más de 2.300 millones de personas confinadas en todo el mundo. El freno de la actividad económica, desconociendo todavía la extensión de su duración temporal, ocasionará grandes pérdidas de ingresos en el sector privado, en empresas y familias, que, según Draghi, deberían ser absorbidas por las cuentas públicas, en todo o en parte, para evitar entrar en una depresión económica. No hacerlo abocaría a una situación incluso peor para las cuentas públicas por la pérdida de actividad productiva y económica difícil de revertir. Draghi urge a tomar medidas de forma enérgica y rápida para evitar un empeoramiento de la inevitable recesión. 
Dos son los objetivos económicos principales que las autoridades deberían perseguir: apoyar a las empresas para que los trabajadores no pierdan sus empleos, y aportar una renta mínima a aquellas personas que no han podido conservarlo. La empresa que cierra y muere, no vuelve a abrir y los empleos se pierden. 
Las medidas adoptadas durante esta semana en Estados Unidos, con un plan de estímulo fiscal de 2 billones de dólares, equivalentes a casi el 10% de su PIB, van encaminadas a cumplir ambos objetivos. Por un lado, con envío de cheques a un elevado número de familias (helicóptero monetario) y, por otro lado, con más de 350 millardos de dólares ayudas a pequeñas empresas mediante préstamos con la garantía total del Gobierno federal que podrán ser perdonados si se cumplen determinadas condiciones de limitación en la reducción de sueldos y de despidos.
En la Eurozona, a pesar de las contundentes medidas adoptadas por el BCE, aumentando notablemente el volumen de compras de bonos y flexibilizando sus propias normas en cuanto al porcentaje que puede adquirir de bonos de cada país, las ayudas a familias y empresas están lejos de lograr los objetivos marcados por Draghi.  Las enormes diferencias en el nivel de deuda pública de los países del norte (Alemania, Países Bajos), frente a los del sur dificulta sobremanera la adopción de medidas coordinadas entre todos los países.
Sin la emisión de Eurobonos o Coronabonos con el respaldo del conjunto de la Eurozona difícilmente se podrá llegar a un plan fiscal tan ambicioso como reclama Draghi. De momento, sin conocer cuándo habrá una solución a la crisis sanitaria es previsible que la volatilidad en los mercados financieros seguirá presente durante las próximas semanas.
Mientras en España cerrojazo total a la industria (10% de nuestro PIB) y construcción (otro 10% de nuestro PIB). Ya te advertí hace unos días de que teníamos un elevado riesgo de sobreactuar, de pasarse. Tiene toda la pinta de que lo estamos haciendo. Es un imposible evitar los contagios. Antes o después nos vamos a contagiar todos, salvo que nos dejen en casa para siempre… Pero no, han optado por parecer que hacen algo, cuando lo que conseguirán es el hundimiento total de España, de nuestra economía. Va a haber muchas quiebras por no poder despedir, pocos emprendedores se van a atrever a generar empleo en el futuro. Nos espera una larga y terrorífica crisis económica gracias a estos patanes. Va a haber mucha gente pasándolas canutas, ya que muchos viven al día y no se genera caja para comer... Tristes abrazos,
PD1: El viernes nos dio una bendición especial el Papa Francisco. Fue muy bonita y muy interesante lo que dijo. Es largo pero, por si te lo perdiste, te lo copio:
URBI ET ORBI
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.
Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.
La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.
No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.
Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).